Estoy un poco silencioso

Cierro los ojos y pienso en esos detalles, anoto en el celular a la rápida, cuando voy en el trufi, cuando camino y me tengo que detener para que no me atropellen, cuando espero a M., A veces surgen las ideas, la complementación, el detalle debajo del cliché. Hoy escribo porque en este momento tengo este tiempo, pero sé que lo estoy gastando de otro lado, debo hacer trámites, debo ir a casa, debo volver a venir y hacer llamadas, eso de lo que recuerdo. Y recuerdo también que las historias viven en mi mente.

Me estoy distrayendo mucho. Entre varios proyectos que, pare empezar, no necesitan que me siente a escribir con todos mis sentidos puestos al máximo. Extraño escribir, no es que lo haya dejado, lo que pasa es que los días ahora son demasiado cortos para mí, y mi sueño es demasiado pesado. Sin embargo, he seguido escribiendo. Estoy en proceso de revisión, tengo una novela que escribí hace años, no está publicada, mi meta es publicarla, pero me pasó dos de las cosas que me pasan a menudo: mi propia interpretación me dice que la obra no está completa, que debe mejorarse y completarse, eso en la realidad es re escribir una y otra vez las primeras páginas, con intensidad al comienzo, pero que van disminuyendo progresivamente, hasta que tengo que volver a revisar (re escribir) desde el principio. Es un círculo vicioso.

El otro problema, más grave según yo, es mi timidez, el no haber contactado aún con una editorial y preguntar cómo se hace el tema para publicar algo. No creo, a estas alturas, que solo los libros brillantes sean pasibles de ser publicados, alguito me lleva a pensar que la publicación depende más de otras cosas, la fama, los amigos, el dinero, o la perseverancia. Tengo que ser perseverante, las otras tres condiciones se me hacen difíciles para mí, por esa misma razón mis temas no son halagos triviales a las emociones de los lectores, no son galerías de espejos o chauvinismo que bate récords. Mi problema, quizá, mi defecto. Pero no me voy a sentir mal por eso, pretendo que algo de lo que escribo trascienda más allá de la moda literaria de este momento, es un sueño que se repite en mi cabeza, y uno que me hace dividir, de cierta forma (tal vez otro error mío), las obras entre geniales o superficiales. Y puede que esté equivocado, obviamente, puede que me esté moviendo por cuestiones de envidia, porque «ellos» lo lograron y yo no. Ese es un tema también que debo plantearme seriamente.

De momento, ese sesgo, me ayuda a recordarme que las historias son lo más importante, y las mentes dentro de las historias, las pasiones escondidas más allá del juego de palabras o las observaciones nacionalistas o los datos de referencia de la Guerra del Chaco.

Un viejo borracho extraviado, una chica que garabatea su diario, una mujer sentada en un café, o el viajero que se mueve entre las miles de noches del laberinto… Cierro los ojos y pienso en esos detalles, anoto en el celular a la rápida, cuando voy en el trufi, cuando camino y me tengo que detener para que no me atropellen, cuando espero a M., A veces surgen las ideas, la complementación, el detalle debajo del cliché. Hoy escribo porque en este momento tengo este tiempo, pero sé que lo estoy gastando de otro lado, debo hacer trámites, debo ir a casa, debo volver a venir y hacer llamadas, eso de lo que recuerdo. Y recuerdo también que las historias viven en mi mente.

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El último recuerdo

Las últimas horas son de nostalgia, quizá las pasas recordando, viendo en tu mente pasajes de épocas más bonitas. Quizá vuelves a ver el rostro de tu madre cuando aún eras un niño, tal vez los ojos de tu primer amor, o puede que vuelvas a verte a ti, columpiando en el parque de tu infancia.

La noche se acaba a una hora determinada. Nada va a evitar que eso pase. Luego es el fin del mundo.
Al amanecer, al amanecer el olvido se apodera de todo y ya nada importa o existe para importar. ¿Qué haría en esas escasas últimas horas? ¿Si solo tuviera esta noche y en la mañana se fuera a terminar todo, acaso podría dormir, acaso necesitaría alguna otra última respuesta? ¿Una última confirmación de lo que ya sabía, de lo que era? ¿Alguna nueva visión de las cosas?

El viajero no lo sabía con certeza, dió vueltas en la ciudad un par de horas jugando al explorador, ebrio, triste, e ignorante de su realidad. Así fue que cuando supo del cataclismo ya era tarde, ¿dónde podría ir a esa hora?. Supongo que así nos pasa a la mayoría de nosotros, solo abrimos los ojos cuando ya no queda mucho tiempo, cuando ya es «tarde» y vemos el final de todo, la muerte, a unos pocos pasos, cuando podemos sentir detalle a detalle esa última agonía. Ese concepto de que ya no queda tiempo es lo que nos hace despertar, mejor dicho, reaccionar. Ese momento es el de las revelaciones incómodas, cuando notamos que «hemos perdido», y como un hombre a punto de ahogarse, hacemos nuestros últimos intentos por respirar y mantenernos a flote, la última pelea, el último esfuerzo, buscando «algo».

Aún no lo sabía, no lo entendía, pero el viajero tenía en su mente ideas fijas, obsesiones que lo estaban moviendo: debía completar algo, debía encontrar algo, o a alguien. No sabía lo que estaba por llegar, miraba hacia el cielo nocturno y eterno, ilusorio, volvía a bajar la mirada, a recordar, a intentar comprender qué era lo que buscaba, y seguía caminando.

Estaba borracho no se sabe hace cuánto tiempo, unas palabras de un desconocido lo despertaron. Luces apagadas, un ambiente frío y lejano, ya comenzaba a ausentarse la existencia. Observa, trata de comprender, pero comprender es muy difícil, tiene tragos encima, tiene dejadez, su mente está lenta, le falta esa capacidad que seguramente perdió hace años. El desconocido le lanza palabras encriptadas, confusas, le dice algo sin decirle en realidad, le da el mensaje que en realidad no quiere escuchar: todo se ha terminado.

Las últimas horas son de nostalgia, quizá las pasas recordando, viendo en tu mente pasajes de épocas más bonitas. Quizá vuelves a ver el rostro de tu madre cuando aún eras un niño, tal vez los ojos de tu primer amor, o puede que vuelvas a verte a ti, columpiando en el parque de tu infancia. Las últimas horas vas tras los recuerdos, intentas como sea retroceder el tiempo. Curiosamente, al final, ese tiempo parece hacerse más lento. Sientes la brisa más suave, es relajante, tus pasos subiendo las gradas son pausados, llenos de tranquilidad. Sientes las olas del mar muy cerca, latiendo, vibrando, aún a sabiendas de que ya está cerca la oscuridad total.

Ya has corrido todo lo que podías correr, ahora ve despacio, sube lo que te falta de esas gradas. La pequeña torre está al final. Un último recuerdo te espera.

Escrito por EM

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Desconocida, algún día…

Viajar. La desconocida repite en silencio la cábala de todos los días, nuevos rostros, nuevos amores, nuevos recuerdos. Algún día, lejos, un viaje en una montaña en el cielo, las nubes por debajo de lo cristalino, un mundo entero con sus estrellas y eclipses. Algún día, y da otro paso y otro. Se detiene, se queda fría, pronuncia un suspiro culpable.

Tentación de caer, un pequeño asomarse a ver el abismo y sentir los latidos.
Sin nombre, recuerdos en blanco y negro cuando es de noche, cuando hace frío, cuando llueve, cuando la acompaña una copa de vino y decide caminar sin un camino exacto.

Viajar. La desconocida repite en silencio la cábala de todos los días, nuevos rostros, nuevos amores, nuevos recuerdos. Algún día, lejos, un viaje en una montaña en el cielo, las nubes por debajo de lo cristalino, un mundo entero con sus estrellas y eclipses. Algún día, y da otro paso y otro. Se detiene, se queda fría, pronuncia un suspiro culpable. Algún día, cuando no busque desesperadamente fotos para romper y reconstruir obsesivamente, cuando sus ojos hayan sanado. Reza y mira abstraida hacia el fondo de la luz, lanza pensamientos al universo que le rodea, acaricia su propia mejilla, ofrece un beso a un extraño que la toma de la mano por casualidad.

Quiere viajar y pierde otro día con su sol y su luna. Donde no haya nada, donde sea un inicio libre de prejuicios y sombras entre las personas, cualquier lugar que sea lejos, cualquier lugar donde no resuene en su mente el pasado como un eco en un pasillo sin salida.
Ojos quebrados que se cierran y se transforman y buscan la más mínima distracción para comenzar el día.
Día uno, conversaciones aleatorias, sueños aleatorios. Despierta tarde y quiere contar sus sueños. Balbucea las palabras a personas alternativas, opciones posibles, alguien, alguien que vea en los sueños algo más que cosas sin sentido.

Nada. Besos vacíos. Voces que duelen. Sin lágrimas, sin ninguna lágrima, pensar en que no hay lágrimas, pensar en lágrimas que caen sin caer, en silencio, sin que nadie las escuche o se detenga a sentirlas. Odio, amor, odio eterno, amor como cielo que se rompe, odio como canciones que se repiten mil veces, odio como asfixia, odio como cartas incendiadas, odio como deseos infinitos de venganza… olvido, mirada extraña y cavilaciones eternas. Cigarro inexistente en la mano, botella fría en un bar extraño en una ciudad ajena. Pasos en la oscuridad, estrellas nocturnas, deseos confesados en silencio, contradicciones, lágrimas que caen por fin. Extraña sensación en la garganta, en el pecho, en el día, en los labios. Recitar palabras, declaraciones definitivas parecidas al agua, a la arena del desierto en una tormenta.

Arena. Las olas terminan por llevarse el castillo.

Escrito por EM Rodríguez

La música es un homenaje a Undertale. No soy el autor…
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1:47

Ya me da sueño, sueño, duermo unos minutos, luego despierto y la música sigue acompañando. No sé lo que quiero, entro a su perfil y retrocedo, a la conversación y retrocedo. Entro a otros perfiles, para asegurarme de alguna cosa que aún no confieso.

El mosquito vuela, gira y zumba desquiciante sobre mi cabeza. Está oscuro, no puedo verlo y menos atraparlo. Espero, enciendo la pantalla para que la luz blanca lo tiente. ¡Estúpidos mosquitos! ¿A cuántos no dejé como bolitas de basura con esa técnica? El mosquito algo intuye, ya no se acerca tanto. Tiene un poco del instinto de las moscas que desaparecen en el momento en que ven el matamoscas levantado. Tienen tantas generaciones en su haber que ya debieron aprender algo de nosotros, saben que queremos hacerlas desaparecer para dormir tranquilos.

El mosquito parece una estúpida metáfora. No me puedo dormir. Me muevo de izquierda a derecha y de vuelta. No sé bien si es porque no quiero dormir, porque siento mi estómago y mis pulmones una talla más pequeña, o porque Mónica decidió que una relación es demasiado complicada para su paz vital. Las tres opciones juntas parecen una buena idea, conjunción, amalgama mejor dicho, una asombrosa unión de aguijones a mi descanso. El mosquito que sea la excusa elegante. Con su vuelo desquiciante a una altura donde no llega mi mano, con ese juego maldito de provocarme sin que pueda responder, sin que tenga la fuerza o la voluntad. No esta noche, ni para matar el mosquito. Solo deseo echarme y dejar pasar todo, no sé bien si mis palabras son exactas, si al hablar de «deseo» hago representación alguna de una decisión propia. En realidad es mi cuerpo el que se acuesta en mi cama, yo no tengo nada que ver, soy un espectador, un oyente que no quiere estar en ningún lado.

Respiración profunda, guarda el aire por 20 segundos, sin que tu pecho estalle. 25 segundos, 30 segundos. Bota el aire como si salieras de una pocilga. Vuelve a inhalar, que se infle tu estómago o tus pulmones, contenlo de nuevo. Aire, aire e imágenes que van apareciendo. La pared se alumbra con la pantalla. ¿Mosquito, dónde estás? Acompáñame un poco.

Oh sí, ya me da sueño. ¡Qué oportuna forma de contrarrestar las cosas! Sueño para no escribir, o para no pensar, o para no pensar conscientemente. Vista borrosa, segundos de volarse fuera de este recipiente y minutos más que pasan. Minutos y minutos y minutos, todo acompañado de un único clip en bucle. Ven, mosquito. Sigue hablando, manteneme despierto un poco más. Las cosas en las que pienso, no las quiero aquí, esta noche que se vayan al diablo. Pido una tregua, la guerra con mi mente tiene que parar un poco. Prefiero la música, se ha repetido unas treinta veces esta noche, es un clip pequeño que aleja la distracción o el ruido que provoca el silencio. Ya me da sueño, sueño, duermo unos minutos, luego despierto y la música sigue acompañando. No sé lo que quiero, entro a su perfil y retrocedo, a la conversación y retrocedo. Entro a otros perfiles, para asegurarme de alguna cosa que aún no confieso.

Mis codos me duelen. La cama está caliente y está fría. La luz me ciega y la oscuridad me deja ver las siluetas que van apareciendo. Alumbro al techo buscando rastros de ese mosquito, parece que ya no existe. Ahora existen los perros ladrando afuera. Existe su color rosado. Existe un reclamo que no es reclamo, unas palabras guardadas y erráticas para cuando se sienta culpable. Existe la alarma que suena sin una razón convincente. Existe una invitación ajena que hago, muy lejos del color rosado, una invitación que no es respondida.

Delicada línea entre dormir y estar despierto. Si apago la música, gran parte de este momento quedará vacío. Deberé dormir para compensarlo. En algún lugar todo está en paz, quizá en el pasado o en el futuro. Cuando apague la música quizá duerma tranquilo, una tregua por una noche…

1:47, es otro día.


Como si caminara por pasillos oscuros interminables…

Pequeña habitación

PEQUEÑA HABITACIÓN
Sé bien que no le tienes que buscar un significado claro a un sueño que no tiene nada de claro, y que si lo haces podrías quizá alejarte de la delgada línea que divide las cosas, podrías caer de la cuerda floja en donde te balanceas. No lo hagas, no caigas de la cuerda.
Casi es lunes, otra vez…

Hoy tuve un sueño extraño, dividido en tres pedazos que más o menos logro recordar. Hoy es un decir, hace días que no puedo terminar esta publicación. «Hoy», espacio de tiempo indefinido. Hoy era viernes, hoy era jueves, martes, lunes… Los días pasaban y pasaban en soplidos y resoplidos, entre series, películas, videojuegos y dormir a cada rato, y se terminaban de disolver con esos espacios vacíos y monstruosos donde un pequeño ser no terminaba de dar un paso antes de chocarse con oleadas de pensamientos sin ninguna dirección. Hoy es sábado, pero bien podría ser el sábado de la semana pasada, no lo recuerdo con exactitud. Uso el hoy para fingir que el tiempo no es un monstruo. Finjamos que es hoy.

He tenido sueños bastante extraños estos días, la última semana. Pensé que quizá podían ser parte de los síntomas del problema general que me provoca este encierro. Despertaba y el sueño parecía haber sido real, así se sentía. No había un «por favor, EM, no hay una posibilidad de que eso haya pasado», era más bien algo parecido a «ya está, así son las cosas. De hecho, ni tienes que decirlo, porque así eran las cosas de forma natural, no es que algo hubiera cambiado para siempre luego de esta noche». Eso la primera noche, luego tuve más cosas extrañas que me tomaba minutos «des» confirmar en la mañana. Había un ser del cual dependía la Tierra, y se suponía que tenía que fallar, como pasa en las películas, y todos los habitantes de ese sueño sabíamos que iba a fallar contra ese otro ser casi todo poderoso. El mismo ser sabía que fallaría, y por eso no fallaba. Fallaba y no fallaba, ya sé que es confuso. Un día de fiebre me dormí a las cuatro de la tarde, sobre mi cama, cubierto con una frazada y un poquito más. Desperté a las seis. Como estaba encerrado en mi cuarto no podía ver hacia afuera, así que no sabía si eran las seis de la tarde o de la madrugada, y estaba perdido, echado en mi cama sin querer o poder levantarme, ni siquiera tenía idea de qué día podía ser, de si era verdad que estaba encerrado por culpa del súper resfriado de la Pandemia, o si era de madrugada y tenía que irme a trabajar, como pasaba en mi sueño. Alguna vez ya me había pasado eso, cuando no dormía bien y me aguantaba un día o más, y me dormía como un desamparado o un huérfano que sale de una guerra. Solo tenía la sensación de que había pasado mucho tiempo y que afuera no era lo que parecía.

Anoche, hoy, hoy en la noche antes del amanecer, soñé que estaba en un parque. Recorrí un bloque de edificios dentro del mismo, compré un helado relleno que no tenía relleno y que se sujetaba con pedazos de mondadientes metidos y amarrados adentro, luego tuve una experiencia extraña con un túnel y un tren y un sueño dentro de un sueño, luego vi a mi amiga, y comenzó a llover y nos refugiamos en el umbral de otro edificio cerca de los juegos, y así. No sé bien por qué cuento esto, creo que necesito contar algo, necesito establecer algo y que se quede establecido, fijo, en algún lugar o de alguna forma. Me siento como agua que se derrama sin un orden específico, sin consistencia ni perseverancia. Mónica intenta ayudarme con eso, claro que no se da cuenta, tiene su propio mundo de buenos deseos y superación en donde a veces no entran las causas existenciales, pero su propia fortaleza y propósito es una especie de inspiración para hacer algo nuevo, o para retomar esas cosas que había en el pasado, esas novelas en el refri, a medio hacer, guardadas para una época donde no confundiera oraciones con frases, o cuando supiera verdaderamente a donde llegaban las decisiones de los jóvenes… Su propio éxito es como un incentivo para concluir todo lo que hay escondido en esa carpeta de textos. Etc, etc, etc. Me falta aprender de ella, o detenerme a observar al mundo.

Cuando le conté la historia de mi sueño quiso molestarse conmigo, en un momento, por el tema de mi amiga, que en mi sueño era mi novia (celos). Cuando estaba escribiéndole mi sueño dudé sobre si mencionar ese detalle o dejarlo así, decir que solo era una amiga cualquiera o que era una desconocida que casualmente estaba en la misma escena onírica, o no contarle esa parte de la historia. Segundos, segundos me quedé varado entre escribir y no escribir, pensando que ella puede ser demasiado complicada cuando se lo propone, culpándome incluso de lo que hace o crea mi mente subconsciente. Me puse a pensar en lo que ella diría o podría decir, que «por algo» me había soñado con esa chica, que quería decirle algo y no me atrevía, o que no generaba confianza con actitudes así. Hasta calculé que podría lanzarme la carita de «todo está mal» y desconectarse hasta quién sabe cuándo. Casi fue como arrojarme al agua en forma de moneda y pedir un deseo, con los ojos cerrados, «si se enoja ni modo, a los 30 años no voy a censurar mi maldito sueño», pensé. Pero, ¿y la empatía? En sus sueños ella «respeta» nuestra relación, es leal aunque yo no esté ahí, ni físicamente, ni en ninguna otra forma de existencia, y se siente extraña y alterada cuando yo no soy el que la acompaña y le toma de la mano o lo que sea. Cuando me contó uno de sus sueños esa «lealtad» inconsciente me golpeó en seco, me dejó entender que de alguna forma estaba alterando sus sueños. En un sueño raro ella podría tener un novio diferente, un ex o cualquier otra persona que conozca o que le guste, y su mente se resistiría a creerlo, se despertaría al no encontrarle la lógica suficiente a las cosas que ve, y dejaría de descansar. Yo dormiría tranquilo, soñando lo que sea que sueño por las noches, pero ella no. Quizá se despertaría de golpe si sus sueños se hicieran «más extraños». Al principio me contaría, que otro chico estaba con ella, pero que se sentía incómoda con él, que «algo» le parecía raro, que sentía que algo no cuadraba, y luego dejaría de contarme esos eventos, tal vez con un poco de resentimiento hacia mí, por aparecer sin aparecer realmente, y por tener que esconder su sueño para no sentir que me traiciona con la mente.

Sé bien que no le tienes que buscar un significado claro a un sueño que no tiene nada de claro, y que si lo haces podrías quizá alejarte de la delgada línea que divide las cosas, podrías caer de la cuerda floja en donde te balanceas. No lo hagas, no caigas de la cuerda. ¿Te están mirando? ¡Por supuesto! Siempre hay espectadores en ese circo, que te ven con una atención especial. Público ávido de espectáculo. Quizá esperan a que te caigas, es posible, ya que toda tu vida has dicho que puedes volar como los dioses, que tu mente es infinita y está más allá de lo que ellos imaginan, con esa sonrisa baja y despectiva y demás. O quizá puede ser lo contrario, que esperan que termines de cruzar el hilo y puedas recibir los aplausos en la otra torre. ¿Por qué? Porque eres humano, y aún con esa imperfección puedes o podrías hacer algo que los maraville y los obligue a aplaudir, porque te aprecian aunque sea un poco y de todas formas están en el mismo circo. De todas formas no sabes si están ahí o no, los focos no te dejan ver la gradería, solo ves luz alumbrando hacia ti, como un cuadro del que brota la pintura amarilla enceguecedora. No lo sabes, puede que no haya nadie mirando y solo es tu imaginación. Como sea.

Hoy es domingo. Con eso se cumple una o dos semanas de estar aquí. Tres semanas, haciendo cuentas. Y sacas unos cuantos párrafos sin sentido, ¡sobre los sueños! NI siquiera contaste las verdaderas razones para hablar sobre los sueños. Ella no debe saberlo, y aunque no tenga mucho sentido, los sueños tienen impregnado un poco de realidad. ¿Por qué soñé con esa chica? Quizá la extraño, hace meses que no hablo con ella, y me entero primero que su papá está internado, y luego que su papá falleció, y no sé si ella está bien porque ya no hablo con ella, y me preocupa porque fumaba cigarrillos como una desquiciada, y esos pulmones estaban tan a la deriva que tosía todo el tiempo, y tenía la voz ronca al hablar sobre la Luna, sobre política o sobre aves encima de un árbol. ¡Por eso pensaba en ella seguramente! Porque vi su perfil veinte veces esperando una buena noticia que nunca llegó, o porque sueñas con personas que conoces al azar y no debería tener ningún significado, solo soñaste con ella o con él, el significado lo das después, cuando te despiertas y comienzas con las malditas cosas lógicas.

Es domingo, y ayer era sábado, y pasó sin que me diera cuenta, como si hubiera sido un vegetal dentro de mi habitación. Eran las seis AM, luego las nueve, luego las doce, luego las cinco, luego medianoche, y desperté a las tres, y dormí y desperté a las cinco, y supe que el sábado había pasado, y que ni siquiera había podido terminar un párrafo de algo. El viajero Interdimensional sigue ahí, ebrio y somnoliento en ese bar desconocido y vacío, el ser extraño sigue delante de él, hablándole quién sabe qué, un lenguaje extraño, palabras extrañas y difíciles de entender, solo que el mundo se va a acabar. ¡El Mundo Se Va A Acabar! Solo le quedan unas pocas horas, ese es el pequeño detalle. ¿Y qué se puede hacer en unas pocas horas? ¿Qué se hace? ¿Qué haces cuando sabes que el mundo se va a acabar en unas horas y no puedes evitarlo? ¿Qué haces si estás en tu habitación sin querer, ni poder, salir? En la historia el viajero estaba en el bar, eso es a escasos metros de su pequeña habitación que tiene el sello del Mago en la puerta. ¿Nunca se preguntó por qué estaba ese sello ahí? Por años lo vio, cada vez que entraba a su casa, y como está encerrado como una rata en un laberinto, sin puertas que se abren y sin incentivos de comida, ¿Qué puede hacer más que observar hasta el cansancio cada pedacito de rincón de su jaula? Cada edificio o casa que está entre esos muros, interactuar con cada uno de esos seres hasta que todos desaparecieran (podría quizá preguntarse dónde fueron esos seres, si fuera listo), cada bloque de ladrillos impenetrables e indestructibles. Debió haber puesto atención al sello, era el origen de todo. Observar es lo que haces cuando estás encerrado, te cansas de observar cada detalle, de repasar cada silencio, cada recuerdo, cada movimiento. Yo estoy encerrado y lo sé, observo cómo se acumulan los cubrebocas en mi librero, cómo están por todas partes los blísteres de las aspirinetas, de los ibuprofenos, de los paracetamoles, el sobre de mayonesa sobre mi escritorio, las botellas, los vasos, hasta observo cómo se llega a ese momento en que me acuesto en mi cama, me tapo con una frazada y espero que algo pase. Quisiera decir que es un síntoma de esta época, o de este encierro, pero así era más antes, lo que sea que me pase me está pasando hace mucho tiempo. Y además, es como si el tiempo hubiera adquirido una nueva velocidad, más rápido, ya no es solo una palabrería filosófica que usaba cuando iba a beber, ahora siento muy real cómo el tiempo se mueve tan rápido que se desvanece ante mis ojos.

Casi es lunes, otra vez…