Frío

Mi mente dando vueltas solo es un peregrino que observa y observa y nunca llega a un destino claro, el observador atado de manos y pies, que debe observar el tren llegar e irse todos los días sin poder hacer más que mirar.

Cuántas veces habré empezado un texto con esa palabra en mi mente? Quizá muchas, varias seguramente no conocieron la luz, las escribía muy lento, o eran muy depresivas, no la «clase» de depresión aceptable, sino la otra, la que hace que uno mismo desista de lo que sea que está escribiendo y busque cualquier otra cosa, distracción, diversión, calor, absurda pérdida de tiempo, etc.

Hoy escribo por… No lo sé. Me duelen los ojos. Últimamente despierto y me duermo con el brillo del celular en mi cara. Últimamente estoy más cansado que de costumbre, haciendo lo que mis personajes hacen en sus propias historias, cayendo rendidos sobre su cama, durmiendo sin que nada importe, sin taparse, sin soñar, sin apagar la luz, sin tranquilidad. Las cosas están tranquilas pero no dejan de ser estresantes, las predicciones sobre el peso del mundo cuando dejas de columpiar son cada vez más acertadas, parece que la diversión se termina, y no quiero que sea así.

Cierro los ojos un poco, a modo de juego, me acomodo en el asiento de la oficina que no está vigilada en este momento. «Juego» un poco a girar en la silla, solo unos cuantos grados, algo que me saque de mis ojos cansados y mis preocupaciones eternas. Todo se me vuelve borroso, yo digo «qué bueno», borroso está bien, menos cosas para ver, y tener las excusa para pasar de largo. Río de nuevo, no es un pensamiento real, es una declaración de principios, una de esas conversaciones confusas con M., cuando le cuento sobre «los principios», sin que pueda comprenderlos del todo, lanzándome la misma mirada y las mismas palabras que muchas personas antes que ella. Es una lucha personal, lo sé, pero es difícil que sea personal cuando todo el mundo está metido de una u otra forma en esa lucha. Extraño. Necesito un café.

Me obligo a escribir. Muy fácil abandoné esta locura, pero el principio es retomarlo cueste lo que cueste (quizá no tan drásticamente). Me obligo a escribir para conversar conmigo en serio. Mi mente dando vueltas solo es un peregrino que observa y observa y nunca llega a un destino claro, el observador atado de manos y pies, que debe observar el tren llegar e irse todos los días sin poder hacer más que mirar.

Me obligo a escribir, para no perderme. Disculpa mi torpeza, disculpa que solo sean palabras que escribo para entrar en calor con mi alma.

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Mirar a la Luna

Cruza el pasillo en la oscuridad. Son más de las doce, sus ojos casi están cerrados, su mente se divide entre su idea de dormir, tranquilo y feliz, y el sueño previo que tuvo, mientras dormitaba. Cruza rápido confiando en que no hay nada ruidoso en el suelo con lo que se pueda tropezar. Unas cuantas cosas más, lavarse los dientes, apagar la luz de su cuarto, apagar todo, dormir. Dormir, por fin.

Cruza el pasillo en la oscuridad. Son más de las doce, sus ojos casi están cerrados, su mente se divide entre su idea de dormir, tranquilo y feliz, y el sueño previo que tuvo, mientras dormitaba. Cruza rápido confiando en que no hay nada ruidoso en el suelo con lo que se pueda tropezar. Unas cuantas cosas más, lavarse los dientes, apagar la luz de su cuarto, apagar todo, dormir. Dormir, por fin.

Enciende la luz y comienza con su cepillo. El agua fría en su boca hace que sus ojos se abran. El espejo le dice algunas cosas, como a todos. «Ya estás viejo». «Tu cabello está asqueroso». «Deberías estar dormido». «Si vuelve a escribir, ¿Qué le vas a decir?». El espejo es un consejero que juega a ser traidor, puede reírse mientras ofrece una verdad que parece mentira que parece verdad. Qué le respondería si escribiera de nuevo? Casi estaba cayéndose de sueño. Cómo podría estar ella? Dormida, distanciada para estar tranquila, sin pensar demasiado, distante, alejada en su mente y en su cariño, todo lo que él era incapaz de hacer. Una enjuagada decente, agua goteando por la barba, alcohol sobre la pileta, luz apagada.

El pasillo tiene más tonos grisáceos que antes. Ahí está la pared, las hojas, la columna, las ventanas. En las ventanas está la luna acompañada de sus nubecitas. No se detiene, solo ralentiza un poco sus pasos, suficiente como para poner la vista por fin en esa noche nublada y un poco fría. «Va a llover». El presagio le agrada, la lluvia es buena para dormir acurrucado, para dormir triste o dormir con alguna nostalgia atravesada en el corazón. El ambiente se vuelve más pacífico, una ligera lluvia arregla todos los problemas, trae algo de paz. Pero el presagio está mal, no va a llover en realidad, no en los próximos dos o tres o seis meses, eso sí hace que se detenga de sus pasos un momento completo. Un poco más de nubes, un poco más de Luna. La Luna es una dama triste que oscurece todo en cada novilunio. Viene a su mente una serie de nombres, quizá alguna de ellas observa la luna en ese momento. O quizá no, ellas no acostumbran a mirar la Luna.

Escrito por EM

Algo sobre La Nostalgia

Clara muestra de ambiguamente todo: ahora no hay ni viento, ni tarde que mira nada. Son dos semanas sin una gota de sangre en letras, y este breve momento es un tremendo descuido, un accidente peligroso donde me alejo de «lo que debería estar haciendo».

Viento. Una tarde que te mira y juega a los dados con el tiempo. Sombras. Fantasmas. En ocasos como estos hay fantasmas que observan tus pasos en la infinidad de los segundos donde nadie te ha visto… Eso crees, quieres creer que te están observando, quizá los necesitas. Cruzar unas palabras con un fantasma que te recuerde algún detalle, uno de esos detalles que te cambian la vida. No sabría decirlo, hasta cierto punto vengo evitando encontrarme con fantasmas, todo parece más ligero, o quizá es una forma de adormecer ese sentido desquiciante que te paraliza en ideas en bucle, en destrozos infinitos del castillo de arena. Etcétera, etcétera.

Clara muestra de ambiguamente todo: ahora no hay ni viento, ni tarde que mira nada. Son dos semanas sin una gota de sangre en letras, y este breve momento es un tremendo descuido, un accidente peligroso donde me alejo de «lo que debería estar haciendo». Al diablo todo, doce minutos de «al diablo», al menos una línea debo escribir, sobre el hombre que se deja absorber con sus locuras, del pobre tipo que analiza profundamente un crimen. Que quede anotado, así si pasan 50 años y vuelvo a leer esta página por casualidad sabré que fue mi culpa, que no quise o no pude recorrer el duro camino de los locos.

Tenía diez años menos. Las pasiones eran distintas, tenían un aspecto diferente, más vivaces, más «reales», uno podría (podría) dar la vida por sus pasiones, de todas formas no había nada más del otro lado, todo era borroso y lleno de ilusiones. Puede que haya estado obsesionado con el misticismo del amor, con esa idea que se asemeja a una búsqueda eterna, épica y desgarradora. Yo era uno de esos muchachos solitarios deseoso de ese amor imposible que arrasa con todo en su camino, que te devasta, que te hace un daño irreconocible, indefinible, que te mata cada noche en silencio, entre lágrimas y puro corazón. Corría como un demente hacia su voz, hacia sus ojos, hacia lo poco o nada que pudiera darme, era un meteorito que se destruye en su intento de llegar a una estrella y destruirla en un evento cósmico que arrasaría el universo. Los rastros de toda esa locura aún persisten en mi mente, a veces, son recuerdos que alguna noche aparecen, ideas que se quedaron impregnadas en las otras ideas sobre lo que es el amor, sobre lo que tendría que ser, sobre lo que es en otras dimensiones, en otros universos, en otras vidas, es.

Otra vez. En tiempo que va más rápido, que se acaba y se filtra mientras un sujeto observa y escucha.

La desdicha y la soledad suelen ser el origen de mis palabras, la nostalgia es como un alimento lejano cuyo sabor parece ser más dulce mientras más extraño y más aislado está del resto. Nostalgia, ese dulce venenoso. Nostalgia de qué, exactamente? De alguien? De algo? Nostalgia por volver a tener 18 años, por volver a tener la pasión asesina y devastadora, nostalgia del tiempo muerto del pasado, ahí cuando todo brotaba al igual que un río desbocado. Nostalgia es un veneno que buscamos en ciertos momentos. Cuáles son esos momentos? Debes hacerte la pregunta.

Preguntas

Las pienso, eso sí, como uno de esos maniáticos, mi cabeza da vueltas y vueltas alrededor de un montón de ideas que no tienen conexión entre sí, o tal vez la tienen, aún no lo sé.

Es noche. Estoy resfriado, oficialmente. Sábado de una terrible flojera y sueño y calor o fiebre en mi cuerpo. Debo hacer muchas cosas, pero sinceramente no siento ese impulso para hacerlas ahora. Las pienso, eso sí, como uno de esos maniáticos, mi cabeza da vueltas y vueltas alrededor de un montón de ideas que no tienen conexión entre sí, o tal vez la tienen, aún no lo sé.

Ligero dolor en mi cabeza, resaca quizá de la noche pasada, un ajuste de cuentas existencial. Me duele ahora, si durmiera el dolor podría pasarse, por la tarde me eché unos minutos en la cama, pero solo eso. La lluvia me relajó, pero ahora hace calor y es todo un fastidio. Hago las cosas sencillas para pasar el sábado, veo una película, y en los intermedios muevo mis ojos por entre las cosas de mi cuarto, los libros que me falta leer, las decenas de libros, o los DVDs desparramados, la basura que está en el suelo y en mi mesa. Esa maldita resaca, hace que todo se sienta sucio, torpe, manchado.

Abro la puerta para que entre un poco de aire. Está lloviendo. Al menos uno o dos párrafos al día, al menos eso, para volver a este pequeño y ridículo camino, como un durazno mientras tanto, así para pasar el rato. Lluvia, eso es un poco de libertad, aire fresco y frío, toda una belleza. Tres párrafos, eso por hoy…

Dormir

Me mantengo despierto. Quiero dormir pero es difícil, doy vueltas, mi mente da vueltas, esa extraña noción de «el futuro» ronda alrededor de mi cabeza. Escribo mientras espero, mis ojos se cierran o se abren, dependiendo, las ideas van y vienen, el tiempo sigue avanzando sin ninguna misericordia. Ha pasado una semana y el maldito párrafo sigue ahí invariable.

«EM, así es». Me meto a la cama con esa frase pegada a mi mente.
Estará ahí unos días, supongo, hasta que pase a ser otra de las cosas cotidianas o me distraiga con otra cosa pegajosa. «Así es», «así son las cosas». Yo también he pronunciado esas frases sobre los temas que manejo o domino mejor, sobre lo que conozco o algunos principios de la vida o de la naturaleza humana que defiendo incluso a costa mía, bajo mi propio riesgo. Es interesante que la misma persona que me dice «así es» me hable de la normalización de las conductas negativas de las personas que «así son». Supongo que «así es» es otro de tantos conceptos y filosofías relativas que varían en torno a la conveniencia del momento y de las personas. El mundo es cruel, así es. Las personas ven la venganza como justicia, es la verdad. Las personas felices son las que piensan menos, dicho popular que casi siempre es verdad. La reafirmación repetitiva es un bonito frasco de vidrio en el borde de la mesa, eso me lo repito constantemente esperando poder creerlo. Para nosotros el «así es», más que una verdad, es un consuelo, un freno, una pared en la que nos detenemos para dejar las cosas como están, porque es nuy difícil o muy complicado cambiarlas o entender que han cambiado. ¿Qué hago si el mundo es como es y no puedo hacer nada para que sea distinto? ¿Cuánto lo puedo cambiar, seriamente, sin hacer una paja mental en mi cerebro?

Desde niño tuve mi fantasía de cambiar el mundo. No sabía bien qué era exactamente lo que tenía que cambiar, era una intuición, un presentimiento más que un plan, más una infantil muestra de vanidad que un análisis adulto a las doce de la noche. Creo que de niños todos íbamos a cambiar el mundo, siendo el mejor doctor, el mejor bombero, siendo un presidente que no se corrompiera, haciendo casas para los pobres, viajando al espacio infinito para entregar a la Humanidad el conocimiento del Universo… Todas ideas bastante filantrópicas, dada nuestra conexión con el mundo mientras somos niños que sueñan de verdad. Yo lo iba a cambiar todo, con solo palabras y un lapicero. ¡Un premio Nobel! La mejor novela de todos los tiempos la iba a escribir yo, una obra que realmente impacte en el corazón de las personas y deje una huella como a mí me dejó leer El Túnel, el Castillo o El Idiota. Ese era mi sueño de niño y adolescente, y aún ahora persiste en lo más profundo de mi arrogancia. «Quizá algún día», pienso, y paso por alto el hecho, el crudo hecho, de que algunos días solo puedo escribir, con todo mi esfuerzo, un simple párrafo torpe de esa «gran novela». Si tengo suerte y estoy inspirado y no me distraigo con otras cosas a veces ese párrafo es mi gran obra. Otros días no escribo nada, paso del día a la noche sin entender cómo es que el tiempo se evapora dentro de mi habitación. Algunas veces quizá escribo algo más, cuando estoy más triste o más borracho o más demente o más alguna cosa, pero por lo general es un párrafo, o menos.

Un párrafo… Si tuviera amigos y labia y determinación y más cinismo podría explotar ese maldito párrafo torpe hasta límites increíbles, hacer un «en vivo» de cómo alcanzo la maravillosa inspiración para escribir el maldito párrafo que es la «cumbre literaria de nuestros tiempos», luego tomarme una foto a mí mismo con mi parrafito para que todos vean que lo escribí yo, luego poner alguna frase que me haga parecer inteligente y/o profundo, nada complicado, una de Google de motivación personal en un fondo de tono sepia o gris. Podría llenar la vida de clichés literarios hasta que algo pegue por ahí, y comenzar con la segunda fase de la promoción y autopromoción. Cielo celeste y brillante, por un párrafo torpe. Oh, pobre autocompasión…

Me mantengo despierto. Quiero dormir pero es difícil, doy vueltas, mi mente da vueltas, esa extraña noción de «el futuro» ronda alrededor de mi cabeza. Escribo mientras espero, mis ojos se cierran o se abren, dependiendo, las ideas van y vienen, el tiempo sigue avanzando sin ninguna misericordia. Ha pasado una semana y el maldito párrafo sigue ahí invariable.

La historia del hombre que es aplastastado por sus propias ideas. ¡Qué cliché! ¡Y qué mala suerte no poder dormir por culpa de eso! ¡Y qué mala suerte dormir tanto y hasta tan tarde al día siguiente!

Miércoles, una con diecinueve, el frío me destroza y me mete a la cama justo (justo) cuando comenzaba a moverme en la historia de Marcos y Silvana. Casi se termina junio. Diré «oh por Dios. Ha pasado medio año. El tiempo es agua. Un capítulo es una gotita. Una idea puede ser la jarra entera caída al piso». Pero no importa, mañana sigue siendo un día nuevo con cosas para hacer y dilemas para atragantarse. Me espera indiferencia y resentimiento, retrasos y deseos. Quizá un momento de paz en medio de esta vorágine. Es lo que hay en esta mitad de año. Así es.