No sé si lo hago por vanidad. Estoy aquí, a medianoche escribiendo un poco para sentir que algo se mueve. Tengo un sueño, o quizá una obsesión. Desde pequeño -desde joven, desde adolescente- soñaba con el mundo de la Literatura, con ser «escritor», y ser famoso, y ser reconocido, y dejar un legado en el mundo de la Literatura, una novela que fuera como «El Túnel», o «Metamorfosis», o «Crimen y Castigo».
Claro que en esa época escribía solo ridiculeces intentando enamorar a alguna chica al azar que quizá ya no recuerdo ni su nombre, una bonita o que supiera por lo menos acomodarse el cabello. Poemas estúpidos, melosos, tontos enamoramientos en el aire, «novelas» que iban a ser grandiosas y que trataban de un estudiante de colegio que estaba enamorado de una chica de su clase, del C, o del B, o de D, o apuntes, ideas flotantes sobre darle un beso, sobre llevarle una tarjetita el día de su cumpleaños (nunca venía ese día) o cosas así.
Palabras, muchas palabras de las cuales algunas pocas quedan en pie, aún, escondidas en algún cuaderno que mantengo por ahí, en mi ropero o en algún cajón, como una especie de nostalgia o pretensión barata. «Mira EM, en esta página hay un párrafo que habla sobre cómo el chico conoce a la chica en esa fiesta de colegio, en la noche, en ese pasillo detrás y un poco debajo del patio de intermedio, donde hay árboles y flores y placas de cemento color amarillo gastado y rojo desportillado. Ahí está todo, todo resumido en una sola imagen. La chica acercándose por el pasillo en la oscuridad, mientras de fondo se escucha la música de la fiesta que está al otro lado del colegio. Y ella no sabe por qué está ahí, está caminando como si siguiera una señal del destino. Y se encuentra con él! Con él que estaba ahí, apoyado en el árbol esperando «algo» y mirando las estrellas (o la Luna). Ahí está y ella aparece. Olivia, con un vestido difuso, con una chaqueta, o quizá con su jean negro que tenía esa otra vez en la sala de videojuegos cuando le hablaste sin tanto miedo y estaba sentada sobre la mesa de hockey porque al parecer conocía al encargado de la sala…»
Algo así, una nostalgia que no se borra, y me obliga a recordar dónde tengo los malditos cuadernos y hojas. En el ropero, en la parte de arriba, cerca de donde están los cuadernos y literatura no tan buena como la del librero. En un folder encima del librero, poemas, muchos poemas, a S, a R, a M, no sé a quiénes más. En el cajón inferior del librero, ahí tal vez. Encima del estante, en esos cuadernos que tienen un montón de cosas de todas las épocas. No recuerdo más.
Y eso. Ahora tengo proyectos un poquito menos ambiciosos y un poquito más realistas. Trabajo en algunas historias: «El Extraño Problema», «Los recuerdos son un pobre placebo», «El bosque nevado», «La Ciudad Laberinto», y otros que están en revisión y revisión y revisión. Algún día se tendrán que terminar de revisar, o no. La tristeza ayuda a escribir, pero no estoy del todo triste, en realidad estoy con frío, como si estuviera resfriado o en camino. Quizá mi novia me contagió, quizá voy a estar unos días sintiendo temblor en mis músculos, quizá no se lo comente y ella no llegue a leer esta parte porque está ocupada. Quizá debería dormir de una vez, mi cama me lo pide.
Me llama la atención el infinito, eso ha sido en parte el eje de muchos y variados desencuentros en mi vida. Las personas no comprender el infinito. Pero eso es mentira. Podría decir que las mujeres no comprenden el infinito, que no creen en el infinito que pueda salir de una persona, de un muchacho, y menos si solo cuenta con historias. Pero eso es mentira. Se debe comenzar por atacar la generalidad, eso es una generalidad en sí misma pero aquí es la una de la madrugada y el frío y la duda no son de mucha ayuda. Quizá Ellas no creen en el infinito, solo ellas, una, dos y tres. Quizá sienten que no tienen que creer, porque es muy sabido que el infinito no existe para comenzar, y no quieren pasar por tontas o ilusas o lo que sea que les hayan hecho sentir antes. Todos somos corazones rotos, llenos de miedo y prejuicios, a todos nos han matado, aunque solo sea por aburrimiento.
Dormiré. Con esto comienzo. Si duermo a la una de la madrugada es mucho mejor que dormirme a las diez sobre mi cama como un pedazo de apatía de la gran era de la Pandemia. Si estoy despierto escribiendo a la una de la madrugada para mí ya es una victoria.
EM
11-05-2021