Night 22

Ojos soñolientos o inquietos, risa irónica, música de un sábado de fiesta. Último día, algo para ser melancólico y mirar la noche a través de la ventana.

Una noche calurosa, entre nubes escasas y un agotamiento sin destino. Ojos soñolientos o inquietos, risa irónica, música de un sábado de fiesta. Último día, algo para ser melancólico y mirar la noche a través de la ventana.

El sujeto tiene y no tiene hambre, quizá es más el impulso de comer, de masticar o despertar. La comida en la bolsa es un «no te vayas tan pronto», un intento de detalle que busca compensar la ausencia, la fatiga, la emoción a media capacidad. Está despierto, o viejo, o silencioso, quizá juntas las tres palabras, quizá el peso se hace más grande a estas horas de la noche, a esta noches del año. Está cansado y se recuesta en su hombro, quiere dormir y quiere un abrazo, pero el silencio es más fuerte, y el silencio detrás del silencio avisa de otros conflictos internos, de un cansancio diferente, de «acércate, pero no te quedes mucho tiempo». El significado son las palabras revueltas, primero debe organizarlas, y desarmarlas, darles un significado verdadero, nada de discursos para apagar incendios.

Hace la promesa de ser un buscador, de recorrer el mundo que ha creado, que está en su mente y conocer los pasillos que se levantan en la ciudad. Es la última noche.

Anuncio publicitario

La plaza del poder y la calle

Pasa cerca de ellos intentando ser imperceptible. Es una falacia, si quisiera eso no habría pasado cerca de ellos, intenta, de algún modo, ser visto. Que los diez presentes lo noten y suspendan unos segundos la metralla de palabras.

Hace viento, un viento que se extrañaba hace años. Así lo siente en varios pasos intermitentes. Cambia los sonidos, de un paso al otro, como ingresando de un mundo a otro, de un universo a otro, como los viajes de algún viajero que atraviesa las dimensiones.
Sonidos de raperos. La plaza en su auge, la libertad reconocida y asimilada por los pobres hombres del pueblo. Un pedazo de baldosa y la vista indiferentes de algún guardia. El extraño camina y escucha. Los sonidos de la plaza se entremezclan, por un lado la mujer que canta, menos desafinado que otros días. Tal vez es otra mujer, tal vez la que cantaba desafinado estaba en otra plaza. El sonido sin embargo queda aplastado por otros dos, las aves chillonas y la calle de siete que ya son ocho, que ya son nueve.

Pasa cerca de ellos intentando ser imperceptible. Es una falacia, si quisiera eso no habría pasado cerca de ellos, intenta, de algún modo, ser visto. Que los diez presentes lo noten y suspendan unos segundos la metralla de palabras.

El sujeto es de otro mundo, no puede mencionar aquellas palabras, ni recordarlas, ni darles una lógica que sea comprensible para su propia cabeza. Escoge el asiento más cercano y observa de reojo.

No puede simplemente acercarse, un admirador altanero frente a campeones de doce palabras. Uno frente a once, a doce.
«Eso que tiene que ver», escucha por ahí, en una rima inconexa que rompe en risas. Palabras fuertes y vacías, propias de los callejeros que no van a dejar esta plaza nunca.
Ya son trece, ya son veinte, estudiantes, niños, damas y otras presencias. El calle vestido de rojo habla de la mujer ajena, del placer, de la madre y del acto. El otro, de azul inocente, responde en términos similares. Quien sabe lo que dicen? Solo los veinticinco que hacen una ronda alrededor de la calle.

Una batalla, son dos nuevos, distintos de los anteriores, ágiles, mucho más. El ritmo cambia ligeramente. Pasos más atrás los pasantes se divierten. Entre ellos, teléfonos, pantallas caricias camufladas.

Uno golpea al otro, el nuevo calle con experiencia de vocabulario. El extraño espera y escucha. Ruidos y gritos, risas y destellos en forma de oraciones. La calle se confunde con las banderas que flamean, con el hombre de más allá, que intenta seguir el ritmo de la letra. El parlante es más grande o la voz es más gruesa. Pronto, cuando ya comienza a anochecer, el hombre sentado y balbuceando canciones se impone en la plaza. El extraño y los andantes mezclan en los oídos todos esos sonidos. Qué tanto importa el sonido de ese lugar? Quizá se repite noche a noche, quizá cada ser que pasa por aquí escucha y no escucha. Quizá ríe y se divierte, y el mensaje queda en el aire, como ruido.

Las luces han variado. Es ya noche y los sonidos están confusos. Semáforos y niños con rosas. Cigarros declaraciones de romance.
Se distrae un momento, con el cigarro y el sonido lejano. Palabras mayores de romance, mentira, toxicidad y el puto amor eterno. El extraño recuerda ciertos momentos del pasado. Es el viento el que ayuda. Hace mil años que no se sentaba en la plaza a la caída del sol. La frescura alivia un poco su mente, el cigarro le provoca ideas distintas, de otras noches, de juegos y de sufrimiento. No queda mucho tiempo. El extraño está solo de paso, gastando las preciosas horas vacías que tiene. Se le acabó el tiempo por esta noche. Abandona la plaza callejera y piensa en el ruido y el cigarro.

Son treinta quienes componen la calle cuando los ojos se alejan en silencio.

Estoy un poco silencioso

Cierro los ojos y pienso en esos detalles, anoto en el celular a la rápida, cuando voy en el trufi, cuando camino y me tengo que detener para que no me atropellen, cuando espero a M., A veces surgen las ideas, la complementación, el detalle debajo del cliché. Hoy escribo porque en este momento tengo este tiempo, pero sé que lo estoy gastando de otro lado, debo hacer trámites, debo ir a casa, debo volver a venir y hacer llamadas, eso de lo que recuerdo. Y recuerdo también que las historias viven en mi mente.

Me estoy distrayendo mucho. Entre varios proyectos que, pare empezar, no necesitan que me siente a escribir con todos mis sentidos puestos al máximo. Extraño escribir, no es que lo haya dejado, lo que pasa es que los días ahora son demasiado cortos para mí, y mi sueño es demasiado pesado. Sin embargo, he seguido escribiendo. Estoy en proceso de revisión, tengo una novela que escribí hace años, no está publicada, mi meta es publicarla, pero me pasó dos de las cosas que me pasan a menudo: mi propia interpretación me dice que la obra no está completa, que debe mejorarse y completarse, eso en la realidad es re escribir una y otra vez las primeras páginas, con intensidad al comienzo, pero que van disminuyendo progresivamente, hasta que tengo que volver a revisar (re escribir) desde el principio. Es un círculo vicioso.

El otro problema, más grave según yo, es mi timidez, el no haber contactado aún con una editorial y preguntar cómo se hace el tema para publicar algo. No creo, a estas alturas, que solo los libros brillantes sean pasibles de ser publicados, alguito me lleva a pensar que la publicación depende más de otras cosas, la fama, los amigos, el dinero, o la perseverancia. Tengo que ser perseverante, las otras tres condiciones se me hacen difíciles para mí, por esa misma razón mis temas no son halagos triviales a las emociones de los lectores, no son galerías de espejos o chauvinismo que bate récords. Mi problema, quizá, mi defecto. Pero no me voy a sentir mal por eso, pretendo que algo de lo que escribo trascienda más allá de la moda literaria de este momento, es un sueño que se repite en mi cabeza, y uno que me hace dividir, de cierta forma (tal vez otro error mío), las obras entre geniales o superficiales. Y puede que esté equivocado, obviamente, puede que me esté moviendo por cuestiones de envidia, porque «ellos» lo lograron y yo no. Ese es un tema también que debo plantearme seriamente.

De momento, ese sesgo, me ayuda a recordarme que las historias son lo más importante, y las mentes dentro de las historias, las pasiones escondidas más allá del juego de palabras o las observaciones nacionalistas o los datos de referencia de la Guerra del Chaco.

Un viejo borracho extraviado, una chica que garabatea su diario, una mujer sentada en un café, o el viajero que se mueve entre las miles de noches del laberinto… Cierro los ojos y pienso en esos detalles, anoto en el celular a la rápida, cuando voy en el trufi, cuando camino y me tengo que detener para que no me atropellen, cuando espero a M., A veces surgen las ideas, la complementación, el detalle debajo del cliché. Hoy escribo porque en este momento tengo este tiempo, pero sé que lo estoy gastando de otro lado, debo hacer trámites, debo ir a casa, debo volver a venir y hacer llamadas, eso de lo que recuerdo. Y recuerdo también que las historias viven en mi mente.

Mirar a la Luna

Cruza el pasillo en la oscuridad. Son más de las doce, sus ojos casi están cerrados, su mente se divide entre su idea de dormir, tranquilo y feliz, y el sueño previo que tuvo, mientras dormitaba. Cruza rápido confiando en que no hay nada ruidoso en el suelo con lo que se pueda tropezar. Unas cuantas cosas más, lavarse los dientes, apagar la luz de su cuarto, apagar todo, dormir. Dormir, por fin.

Cruza el pasillo en la oscuridad. Son más de las doce, sus ojos casi están cerrados, su mente se divide entre su idea de dormir, tranquilo y feliz, y el sueño previo que tuvo, mientras dormitaba. Cruza rápido confiando en que no hay nada ruidoso en el suelo con lo que se pueda tropezar. Unas cuantas cosas más, lavarse los dientes, apagar la luz de su cuarto, apagar todo, dormir. Dormir, por fin.

Enciende la luz y comienza con su cepillo. El agua fría en su boca hace que sus ojos se abran. El espejo le dice algunas cosas, como a todos. «Ya estás viejo». «Tu cabello está asqueroso». «Deberías estar dormido». «Si vuelve a escribir, ¿Qué le vas a decir?». El espejo es un consejero que juega a ser traidor, puede reírse mientras ofrece una verdad que parece mentira que parece verdad. Qué le respondería si escribiera de nuevo? Casi estaba cayéndose de sueño. Cómo podría estar ella? Dormida, distanciada para estar tranquila, sin pensar demasiado, distante, alejada en su mente y en su cariño, todo lo que él era incapaz de hacer. Una enjuagada decente, agua goteando por la barba, alcohol sobre la pileta, luz apagada.

El pasillo tiene más tonos grisáceos que antes. Ahí está la pared, las hojas, la columna, las ventanas. En las ventanas está la luna acompañada de sus nubecitas. No se detiene, solo ralentiza un poco sus pasos, suficiente como para poner la vista por fin en esa noche nublada y un poco fría. «Va a llover». El presagio le agrada, la lluvia es buena para dormir acurrucado, para dormir triste o dormir con alguna nostalgia atravesada en el corazón. El ambiente se vuelve más pacífico, una ligera lluvia arregla todos los problemas, trae algo de paz. Pero el presagio está mal, no va a llover en realidad, no en los próximos dos o tres o seis meses, eso sí hace que se detenga de sus pasos un momento completo. Un poco más de nubes, un poco más de Luna. La Luna es una dama triste que oscurece todo en cada novilunio. Viene a su mente una serie de nombres, quizá alguna de ellas observa la luna en ese momento. O quizá no, ellas no acostumbran a mirar la Luna.

Escrito por EM

Preguntas

Las pienso, eso sí, como uno de esos maniáticos, mi cabeza da vueltas y vueltas alrededor de un montón de ideas que no tienen conexión entre sí, o tal vez la tienen, aún no lo sé.

Es noche. Estoy resfriado, oficialmente. Sábado de una terrible flojera y sueño y calor o fiebre en mi cuerpo. Debo hacer muchas cosas, pero sinceramente no siento ese impulso para hacerlas ahora. Las pienso, eso sí, como uno de esos maniáticos, mi cabeza da vueltas y vueltas alrededor de un montón de ideas que no tienen conexión entre sí, o tal vez la tienen, aún no lo sé.

Ligero dolor en mi cabeza, resaca quizá de la noche pasada, un ajuste de cuentas existencial. Me duele ahora, si durmiera el dolor podría pasarse, por la tarde me eché unos minutos en la cama, pero solo eso. La lluvia me relajó, pero ahora hace calor y es todo un fastidio. Hago las cosas sencillas para pasar el sábado, veo una película, y en los intermedios muevo mis ojos por entre las cosas de mi cuarto, los libros que me falta leer, las decenas de libros, o los DVDs desparramados, la basura que está en el suelo y en mi mesa. Esa maldita resaca, hace que todo se sienta sucio, torpe, manchado.

Abro la puerta para que entre un poco de aire. Está lloviendo. Al menos uno o dos párrafos al día, al menos eso, para volver a este pequeño y ridículo camino, como un durazno mientras tanto, así para pasar el rato. Lluvia, eso es un poco de libertad, aire fresco y frío, toda una belleza. Tres párrafos, eso por hoy…

El tiempo

Nieve, una caminata eterna en la nieve, hasta el final, hasta que se acaban los créditos.

Voy a dormir. La cama es cómoda, está tibia, puedo deslizarme dentro, estirar mis piernas. Hace una hora estaba dormido. Estaba sobre mi cama, no podía levantarme, no quería, o qué diablos! El sueño era muy profundo, la fuerza para cerrar los ojos perfectamente fijada en mí. No iba a levantarme, casi. Curiosamente la cama se hace más cómoda encima y no dentro, en ese momento al menos.

Me levanté y me arrastré un poco entre la oscuridad y apagar la computadora. Una idea para un nuevo tema, una narración en primera y tercera persona. Los ojos se alteran, quizá. Quizá golpea con fuerza el espejo hasta que se rompe. Quizá es un impulso similar a romper una taza una mañana, a quemar un bosque en la noche.

Antes de dormir, escucho música de algún lugar, la cocina de mi tío o más lejos. Coloco música también, suave, dos puntos de volúmen. Nieve, una caminata eterna en la nieve, hasta el final, hasta que se acaban los créditos.

El cuarto se ilumina parcialmente, la pequeña luz se mueve ligeramente, deja ver esta pared, resalta ante estos ojos. Un minuto, veinte, una hora. Duerme después.

Escrito por EM Rodríguez

También puedes leer:

El último recuerdo

Las últimas horas son de nostalgia, quizá las pasas recordando, viendo en tu mente pasajes de épocas más bonitas. Quizá vuelves a ver el rostro de tu madre cuando aún eras un niño, tal vez los ojos de tu primer amor, o puede que vuelvas a verte a ti, columpiando en el parque de tu infancia.

La noche se acaba a una hora determinada. Nada va a evitar que eso pase. Luego es el fin del mundo.
Al amanecer, al amanecer el olvido se apodera de todo y ya nada importa o existe para importar. ¿Qué haría en esas escasas últimas horas? ¿Si solo tuviera esta noche y en la mañana se fuera a terminar todo, acaso podría dormir, acaso necesitaría alguna otra última respuesta? ¿Una última confirmación de lo que ya sabía, de lo que era? ¿Alguna nueva visión de las cosas?

El viajero no lo sabía con certeza, dió vueltas en la ciudad un par de horas jugando al explorador, ebrio, triste, e ignorante de su realidad. Así fue que cuando supo del cataclismo ya era tarde, ¿dónde podría ir a esa hora?. Supongo que así nos pasa a la mayoría de nosotros, solo abrimos los ojos cuando ya no queda mucho tiempo, cuando ya es «tarde» y vemos el final de todo, la muerte, a unos pocos pasos, cuando podemos sentir detalle a detalle esa última agonía. Ese concepto de que ya no queda tiempo es lo que nos hace despertar, mejor dicho, reaccionar. Ese momento es el de las revelaciones incómodas, cuando notamos que «hemos perdido», y como un hombre a punto de ahogarse, hacemos nuestros últimos intentos por respirar y mantenernos a flote, la última pelea, el último esfuerzo, buscando «algo».

Aún no lo sabía, no lo entendía, pero el viajero tenía en su mente ideas fijas, obsesiones que lo estaban moviendo: debía completar algo, debía encontrar algo, o a alguien. No sabía lo que estaba por llegar, miraba hacia el cielo nocturno y eterno, ilusorio, volvía a bajar la mirada, a recordar, a intentar comprender qué era lo que buscaba, y seguía caminando.

Estaba borracho no se sabe hace cuánto tiempo, unas palabras de un desconocido lo despertaron. Luces apagadas, un ambiente frío y lejano, ya comenzaba a ausentarse la existencia. Observa, trata de comprender, pero comprender es muy difícil, tiene tragos encima, tiene dejadez, su mente está lenta, le falta esa capacidad que seguramente perdió hace años. El desconocido le lanza palabras encriptadas, confusas, le dice algo sin decirle en realidad, le da el mensaje que en realidad no quiere escuchar: todo se ha terminado.

Las últimas horas son de nostalgia, quizá las pasas recordando, viendo en tu mente pasajes de épocas más bonitas. Quizá vuelves a ver el rostro de tu madre cuando aún eras un niño, tal vez los ojos de tu primer amor, o puede que vuelvas a verte a ti, columpiando en el parque de tu infancia. Las últimas horas vas tras los recuerdos, intentas como sea retroceder el tiempo. Curiosamente, al final, ese tiempo parece hacerse más lento. Sientes la brisa más suave, es relajante, tus pasos subiendo las gradas son pausados, llenos de tranquilidad. Sientes las olas del mar muy cerca, latiendo, vibrando, aún a sabiendas de que ya está cerca la oscuridad total.

Ya has corrido todo lo que podías correr, ahora ve despacio, sube lo que te falta de esas gradas. La pequeña torre está al final. Un último recuerdo te espera.

Escrito por EM

TAMBIÉN PUEDES LEER… 👇

  • Night 22
    Ojos soñolientos o inquietos, risa irónica, música de un sábado de fiesta. Último día, algo para ser melancólico y mirar la noche a través de la ventana.
  • La plaza del poder y la calle
    Pasa cerca de ellos intentando ser imperceptible. Es una falacia, si quisiera eso no habría pasado cerca de ellos, intenta, de algún modo, ser visto. Que los diez presentes lo noten y suspendan unos segundos la metralla de palabras.
  • Nota sobre El Viajero
    El Viajero no tiene mucho tiempo. Trata de ignorar las palabras del desconocido en el bar.
  • El día de la compra-venta del amor
    Al notar ese pasillo repleto de cosas rojas y rosadas, no pude evitar quedarme estupefacto, los recuerdos del día se completaron en mi cabeza, todo el día había visto parejas en la ciudad, chicas cargando sus globos como quien carga su quinta o sexta medalla de honor de plástico…
  • Frío
    Mi mente dando vueltas solo es un peregrino que observa y observa y nunca llega a un destino claro, el observador atado de manos y pies, que debe observar el tren llegar e irse todos los días sin poder hacer más que mirar.

Desconocida, algún día…

Viajar. La desconocida repite en silencio la cábala de todos los días, nuevos rostros, nuevos amores, nuevos recuerdos. Algún día, lejos, un viaje en una montaña en el cielo, las nubes por debajo de lo cristalino, un mundo entero con sus estrellas y eclipses. Algún día, y da otro paso y otro. Se detiene, se queda fría, pronuncia un suspiro culpable.

Tentación de caer, un pequeño asomarse a ver el abismo y sentir los latidos.
Sin nombre, recuerdos en blanco y negro cuando es de noche, cuando hace frío, cuando llueve, cuando la acompaña una copa de vino y decide caminar sin un camino exacto.

Viajar. La desconocida repite en silencio la cábala de todos los días, nuevos rostros, nuevos amores, nuevos recuerdos. Algún día, lejos, un viaje en una montaña en el cielo, las nubes por debajo de lo cristalino, un mundo entero con sus estrellas y eclipses. Algún día, y da otro paso y otro. Se detiene, se queda fría, pronuncia un suspiro culpable. Algún día, cuando no busque desesperadamente fotos para romper y reconstruir obsesivamente, cuando sus ojos hayan sanado. Reza y mira abstraida hacia el fondo de la luz, lanza pensamientos al universo que le rodea, acaricia su propia mejilla, ofrece un beso a un extraño que la toma de la mano por casualidad.

Quiere viajar y pierde otro día con su sol y su luna. Donde no haya nada, donde sea un inicio libre de prejuicios y sombras entre las personas, cualquier lugar que sea lejos, cualquier lugar donde no resuene en su mente el pasado como un eco en un pasillo sin salida.
Ojos quebrados que se cierran y se transforman y buscan la más mínima distracción para comenzar el día.
Día uno, conversaciones aleatorias, sueños aleatorios. Despierta tarde y quiere contar sus sueños. Balbucea las palabras a personas alternativas, opciones posibles, alguien, alguien que vea en los sueños algo más que cosas sin sentido.

Nada. Besos vacíos. Voces que duelen. Sin lágrimas, sin ninguna lágrima, pensar en que no hay lágrimas, pensar en lágrimas que caen sin caer, en silencio, sin que nadie las escuche o se detenga a sentirlas. Odio, amor, odio eterno, amor como cielo que se rompe, odio como canciones que se repiten mil veces, odio como asfixia, odio como cartas incendiadas, odio como deseos infinitos de venganza… olvido, mirada extraña y cavilaciones eternas. Cigarro inexistente en la mano, botella fría en un bar extraño en una ciudad ajena. Pasos en la oscuridad, estrellas nocturnas, deseos confesados en silencio, contradicciones, lágrimas que caen por fin. Extraña sensación en la garganta, en el pecho, en el día, en los labios. Recitar palabras, declaraciones definitivas parecidas al agua, a la arena del desierto en una tormenta.

Arena. Las olas terminan por llevarse el castillo.

Escrito por EM Rodríguez

La música es un homenaje a Undertale. No soy el autor…
  • Night 22
    Ojos soñolientos o inquietos, risa irónica, música de un sábado de fiesta. Último día, algo para ser melancólico y mirar la noche a través de la ventana.
  • La plaza del poder y la calle
    Pasa cerca de ellos intentando ser imperceptible. Es una falacia, si quisiera eso no habría pasado cerca de ellos, intenta, de algún modo, ser visto. Que los diez presentes lo noten y suspendan unos segundos la metralla de palabras.
  • Nota sobre El Viajero
    El Viajero no tiene mucho tiempo. Trata de ignorar las palabras del desconocido en el bar.
  • El día de la compra-venta del amor
    Al notar ese pasillo repleto de cosas rojas y rosadas, no pude evitar quedarme estupefacto, los recuerdos del día se completaron en mi cabeza, todo el día había visto parejas en la ciudad, chicas cargando sus globos como quien carga su quinta o sexta medalla de honor de plástico…
  • Frío
    Mi mente dando vueltas solo es un peregrino que observa y observa y nunca llega a un destino claro, el observador atado de manos y pies, que debe observar el tren llegar e irse todos los días sin poder hacer más que mirar.