Mi resfriado ya casi se termina, un día o dos más a lo mucho. El dolor muscular no es tan notorio, solo un poco en los dedos, en mis rodillas o mis muñecas, quizá estas últimas porque instintivamente agarré el celular cuando me desperté, y las saqué al frío. Después solo queda la congestión, lo que es soportable comparado con lo que sentía hace unos días. Espero que solo sea un estúpido resfriado común.
«Hoy más», me digo a mí mismo y le digo a Monique para que ya no se preocupe demasiado. A veces se comporta como una madre, no tanto conmigo, pero sí con sus hermanos, con su padre, con todos, se nota cuando publica sus consejos de la vida, sobre ser responsable, trabajadora, y no meterse con hombres mentirosos.
Mientras reviso las últimas líneas de nuestra conversación de anoche, pienso que en realidad me gustaría mentirle un poco. Quizá «mentir» no sea la palabra exacta, pero me siento un poco solo y la extraño. Quiero que me haga un poco de compañía, quisiera, lo deseo como un niño puede desear una taza de leche. Para lograrlo solo tendría que camuflar un poco los datos y hacerle pensar que necesito que venga (que sería muy muy muy lindo que viniera) a cuidarme. No es mentir del todo, el estar bien o mal es algo relativo en esta clase de situaciones. Quizá vendría, si comenzara mi saludo diario con una carita triste o con una carita resfriada, o si le mandara un audio y ahí tosiera sutilmente, no tanto como para que quiera cuidarse a sí misma antes que a mí, sino una tos ligera, que genere la suficiente empatía, o lástima o instinto maternal.
Claro que no lo hago. A las seis AM ella aún está durmiendo, a menos que se haya levantado a botar la basura, cosa que no sucede este día. Además sé que está demasiado ajetreada estos días, esta semana en realidad. Ese tema de que todas las cosas se nos juntan al mismo tiempo, o el clásico «sobre llovido, mojado» aplica muy bien en esta particular ocasión, con ella, conmigo, con todo.
92. Desperté a las seis, en punto. Son las siete y media, y si tengo un poco de suerte puedo formular dos oraciones juntas sin distraerme con el Facebook, el Instagram o el YouTube, o sin comenzar a explotar en mi cabeza. Tengo un mal presentimiento.
92 por 20 (o algo así)
Podría oler veneno y no lo sentiría. No era un resfriado común. Es la primera noche después de tener esa confirmación.
Una parte de mí, la parte aventurera y algo pretenciosa, siente y vive esta experiencia como si me hubiera tocado a mí ser el paciente cero, como si yo lo estuviera descubriendo desde el inicio y mágicamente esos ciento veinte y pico millones de personas no existieran aún. Incomodidad en la nariz, la sensación de haber respirado agua, la sensación de tener un alien en la parte baja de mis pulmones y mis ojos. Maldita sensación!
En la tarde estuve decaído, eso mientras estaba encerrado en mi cuarto. Hasta apagué la computadora después de unos minutos, me molestaba el sonido del ventilador. Intenté dormir, todo un enfermito convaleciente echadito y tapadito, «como un resfriado», como un tonto resfriado. Pero de todas formas no pude dormir, no lo logré, sentía las cosas girando demasiado, y sin palabras, solo tiempo muerto. El día era extraño, silencioso. Mi mamá también estaba en su cuarto en silencio. Parecía uno de esos días post festividades, Navidad o Año Nuevo, cuando todos están con resaca o durmiendo y evitando hacer el menor ruido posible.
Era de día. Era de día. Era de día. Ya era de noche.
«No quiero despertarte, pensé q tu celular no estaría conectado, así q la notificación no te haría despertar. Como sea, solo será un sonido más.
Te extraño.
No puedo dormir. Me puse a ver unos vídeos en YouTube, y también a escribir una entrada para mi blog. Entre todo eso tu nombre vino a mi mente. Mónica. Solo quiero escribirte un ratito, me hace sentir que me haces compañía, que te hablo porque estás aquí, dormidita a mi lado, que te abrazo.
Desperté a las cuatro. Me levanté un momento, sentí como si algo se rompiera dentro de mí, como cuando quiebras el protector de pantalla del celular. Me puse mi perfume en la mano y no lo sentí.
Siento mi boca seca en este momento. Me siento incómodo, no solo por lo de mi nariz o mi boca, sigo durmiendo con mi chompa y chamarra y pantalón y una frazada adicional, eso es muy pesado. No me siento triste, me siento pensativo, aislado, solitario.
Supongo que por eso me animé a escribirte a esta hora. Tal vez, tal vez estabas despierta y nos quedábamos conversando unos minutos, de lo que sea… De cómo te fue hoy, del sabor de la torta que compraste, de las cosas q hiciste en casa… Oír tu voz en un mensaje, ver tu carita en mi mente, riéndote porque me pusiste orejas de conejo otra vez o porque le diste con palo a tu papá…
Quiero abrazarte y besarte.»
92 por X cantidad de veces
No sé cuántos minutos han pasado desde eso, desde el primer 92, son días enteros, hoy es domingo. Dormito sobre la silla de la computadora, dormir es incómodo, pero es necesario. Monique ya se fue a dormir, quiero que me abrace, pero debo esperar. 92, 92, 92, 92, 92…
Y debo dormir.