Night 22

Ojos soñolientos o inquietos, risa irónica, música de un sábado de fiesta. Último día, algo para ser melancólico y mirar la noche a través de la ventana.

Una noche calurosa, entre nubes escasas y un agotamiento sin destino. Ojos soñolientos o inquietos, risa irónica, música de un sábado de fiesta. Último día, algo para ser melancólico y mirar la noche a través de la ventana.

El sujeto tiene y no tiene hambre, quizá es más el impulso de comer, de masticar o despertar. La comida en la bolsa es un «no te vayas tan pronto», un intento de detalle que busca compensar la ausencia, la fatiga, la emoción a media capacidad. Está despierto, o viejo, o silencioso, quizá juntas las tres palabras, quizá el peso se hace más grande a estas horas de la noche, a esta noches del año. Está cansado y se recuesta en su hombro, quiere dormir y quiere un abrazo, pero el silencio es más fuerte, y el silencio detrás del silencio avisa de otros conflictos internos, de un cansancio diferente, de «acércate, pero no te quedes mucho tiempo». El significado son las palabras revueltas, primero debe organizarlas, y desarmarlas, darles un significado verdadero, nada de discursos para apagar incendios.

Hace la promesa de ser un buscador, de recorrer el mundo que ha creado, que está en su mente y conocer los pasillos que se levantan en la ciudad. Es la última noche.

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La plaza del poder y la calle

Pasa cerca de ellos intentando ser imperceptible. Es una falacia, si quisiera eso no habría pasado cerca de ellos, intenta, de algún modo, ser visto. Que los diez presentes lo noten y suspendan unos segundos la metralla de palabras.

Hace viento, un viento que se extrañaba hace años. Así lo siente en varios pasos intermitentes. Cambia los sonidos, de un paso al otro, como ingresando de un mundo a otro, de un universo a otro, como los viajes de algún viajero que atraviesa las dimensiones.
Sonidos de raperos. La plaza en su auge, la libertad reconocida y asimilada por los pobres hombres del pueblo. Un pedazo de baldosa y la vista indiferentes de algún guardia. El extraño camina y escucha. Los sonidos de la plaza se entremezclan, por un lado la mujer que canta, menos desafinado que otros días. Tal vez es otra mujer, tal vez la que cantaba desafinado estaba en otra plaza. El sonido sin embargo queda aplastado por otros dos, las aves chillonas y la calle de siete que ya son ocho, que ya son nueve.

Pasa cerca de ellos intentando ser imperceptible. Es una falacia, si quisiera eso no habría pasado cerca de ellos, intenta, de algún modo, ser visto. Que los diez presentes lo noten y suspendan unos segundos la metralla de palabras.

El sujeto es de otro mundo, no puede mencionar aquellas palabras, ni recordarlas, ni darles una lógica que sea comprensible para su propia cabeza. Escoge el asiento más cercano y observa de reojo.

No puede simplemente acercarse, un admirador altanero frente a campeones de doce palabras. Uno frente a once, a doce.
«Eso que tiene que ver», escucha por ahí, en una rima inconexa que rompe en risas. Palabras fuertes y vacías, propias de los callejeros que no van a dejar esta plaza nunca.
Ya son trece, ya son veinte, estudiantes, niños, damas y otras presencias. El calle vestido de rojo habla de la mujer ajena, del placer, de la madre y del acto. El otro, de azul inocente, responde en términos similares. Quien sabe lo que dicen? Solo los veinticinco que hacen una ronda alrededor de la calle.

Una batalla, son dos nuevos, distintos de los anteriores, ágiles, mucho más. El ritmo cambia ligeramente. Pasos más atrás los pasantes se divierten. Entre ellos, teléfonos, pantallas caricias camufladas.

Uno golpea al otro, el nuevo calle con experiencia de vocabulario. El extraño espera y escucha. Ruidos y gritos, risas y destellos en forma de oraciones. La calle se confunde con las banderas que flamean, con el hombre de más allá, que intenta seguir el ritmo de la letra. El parlante es más grande o la voz es más gruesa. Pronto, cuando ya comienza a anochecer, el hombre sentado y balbuceando canciones se impone en la plaza. El extraño y los andantes mezclan en los oídos todos esos sonidos. Qué tanto importa el sonido de ese lugar? Quizá se repite noche a noche, quizá cada ser que pasa por aquí escucha y no escucha. Quizá ríe y se divierte, y el mensaje queda en el aire, como ruido.

Las luces han variado. Es ya noche y los sonidos están confusos. Semáforos y niños con rosas. Cigarros declaraciones de romance.
Se distrae un momento, con el cigarro y el sonido lejano. Palabras mayores de romance, mentira, toxicidad y el puto amor eterno. El extraño recuerda ciertos momentos del pasado. Es el viento el que ayuda. Hace mil años que no se sentaba en la plaza a la caída del sol. La frescura alivia un poco su mente, el cigarro le provoca ideas distintas, de otras noches, de juegos y de sufrimiento. No queda mucho tiempo. El extraño está solo de paso, gastando las preciosas horas vacías que tiene. Se le acabó el tiempo por esta noche. Abandona la plaza callejera y piensa en el ruido y el cigarro.

Son treinta quienes componen la calle cuando los ojos se alejan en silencio.

El día de la compra-venta del amor

Al notar ese pasillo repleto de cosas rojas y rosadas, no pude evitar quedarme estupefacto, los recuerdos del día se completaron en mi cabeza, todo el día había visto parejas en la ciudad, chicas cargando sus globos como quien carga su quinta o sexta medalla de honor de plástico…

No era un sábado por la noche o un domingo a las dos de la madrugada. No estaba completamente ebrio y abandonado de la caricia sincera de una mujer sincera. No tenía tristezas en el alma que nunca terminan de sanar bien. Nada de eso. Era miércoles sencillo, o de dos por uno en algunos lugares de comida. Miércoles al caer la tarde. El hormiguero en su apogeo. Hacía un poco de viento, si hubiera estado solamente caminando lo hubiera disfrutado.

Pasé por el mercado general, la Cancha, para los amigos de esta ciudad. La calle que tiene flores, una de esas, la de las flores de plástico y arreglos diversos. Fui a buscar una lija y un DVD, y porque tenía tiempo. La dama de las flores rosadas, la muchacha de las burbujas, Moni, estaba tarde para reunirse conmigo. Teníamos que ir a comer, o a pasear, o a darnos regalos y chocolates, o algo así. Era 21 de septiembre.

Sin pretenderlo realmente, pasé por la hilera de vendedoras del día del amor que había delante de las vendedoras de flores. Me sorprendió la cantidad de ventas que estaban haciendo. Casi uní los hilos, antes de llegar ahí había observado jóvenes, y señores, hombres en cada cuadra llevando consigo sus pruebas de amor. Rosas envueltas, desde la más barata hasta la que solo compra tu conocido que trabaja en marketing, globos, todos los globos que se podía imaginar, con toda la brillantina y adornitos, con forma de corazones, de flores, de ositos. Cajas de chocolate. Recordé que había pasado por las tiendas de chocolates porque también me inclino hacia el río de lo convencional, vamos, que no sabía qué tenía que comprar.

No había comprado nada, eso mágicamente se resolvería cuando Moni apareciese. Pero me tenía alterado el hecho de «tener que comprar algo». Al parecer es la forma en que es el amor en estos días. He visto la transformación a lo largo de estos años, o al menos he percibido cierto cambio. De modo cínico comento abiertamente que el despiadado mundo de las redes sociales ha alterado para siempre a esta pobre generación que compite por el dulce más grande o la rosa más roja. Había cientos de personas comprando, de todo, tarjetas, arreglos, chocolates, peluches y lo que sea que tuviera un «te amo» impreso en la cara.

Al notar ese pasillo repleto de cosas rojas y rosadas, no pude evitar quedarme estupefacto, los recuerdos del día se completaron en mi cabeza, todo el día había visto parejas en la ciudad, chicas cargando sus globos como quien carga su quinta o sexta medalla de honor de plástico, rosas en brazos, o con sus propias bolsas de papel adornado de venta por separado. Quizá estoy consumido por el cinismo, quizá no tengo dinero para pagar estúpidas bolsas de papel decorado con un corazón brillante y por eso digo que son estúpidas. Quizá solo desprecio ese mundo y esa forma de vivir la vida solo porque no lo puedo pagar. Quiero creer que no es eso, quiero creer que soy el loco que en realidad es el que lo ve claro.

Pensaba terminar este texto ese mismo día. Esperaba a M, y ella llegó antes de que pudiera terminar de escribir todo lo que circulaba por mi cabeza. Ahora han pasado varios días, ya ni siquiera me parece importante decir la verdad sobre ese tema. Tal vez cuando llegue nuevamente una fecha similar, y vuelva a ver esos pasillos donde se compra y se vende el amor, o al menos esa forma efímera del amor de esta era de selfies y miramientos de redes sociales, quizá ahí pueda continuar con algunas otras ideas.

Frío

Mi mente dando vueltas solo es un peregrino que observa y observa y nunca llega a un destino claro, el observador atado de manos y pies, que debe observar el tren llegar e irse todos los días sin poder hacer más que mirar.

Cuántas veces habré empezado un texto con esa palabra en mi mente? Quizá muchas, varias seguramente no conocieron la luz, las escribía muy lento, o eran muy depresivas, no la «clase» de depresión aceptable, sino la otra, la que hace que uno mismo desista de lo que sea que está escribiendo y busque cualquier otra cosa, distracción, diversión, calor, absurda pérdida de tiempo, etc.

Hoy escribo por… No lo sé. Me duelen los ojos. Últimamente despierto y me duermo con el brillo del celular en mi cara. Últimamente estoy más cansado que de costumbre, haciendo lo que mis personajes hacen en sus propias historias, cayendo rendidos sobre su cama, durmiendo sin que nada importe, sin taparse, sin soñar, sin apagar la luz, sin tranquilidad. Las cosas están tranquilas pero no dejan de ser estresantes, las predicciones sobre el peso del mundo cuando dejas de columpiar son cada vez más acertadas, parece que la diversión se termina, y no quiero que sea así.

Cierro los ojos un poco, a modo de juego, me acomodo en el asiento de la oficina que no está vigilada en este momento. «Juego» un poco a girar en la silla, solo unos cuantos grados, algo que me saque de mis ojos cansados y mis preocupaciones eternas. Todo se me vuelve borroso, yo digo «qué bueno», borroso está bien, menos cosas para ver, y tener las excusa para pasar de largo. Río de nuevo, no es un pensamiento real, es una declaración de principios, una de esas conversaciones confusas con M., cuando le cuento sobre «los principios», sin que pueda comprenderlos del todo, lanzándome la misma mirada y las mismas palabras que muchas personas antes que ella. Es una lucha personal, lo sé, pero es difícil que sea personal cuando todo el mundo está metido de una u otra forma en esa lucha. Extraño. Necesito un café.

Me obligo a escribir. Muy fácil abandoné esta locura, pero el principio es retomarlo cueste lo que cueste (quizá no tan drásticamente). Me obligo a escribir para conversar conmigo en serio. Mi mente dando vueltas solo es un peregrino que observa y observa y nunca llega a un destino claro, el observador atado de manos y pies, que debe observar el tren llegar e irse todos los días sin poder hacer más que mirar.

Me obligo a escribir, para no perderme. Disculpa mi torpeza, disculpa que solo sean palabras que escribo para entrar en calor con mi alma.

Estoy un poco silencioso

Cierro los ojos y pienso en esos detalles, anoto en el celular a la rápida, cuando voy en el trufi, cuando camino y me tengo que detener para que no me atropellen, cuando espero a M., A veces surgen las ideas, la complementación, el detalle debajo del cliché. Hoy escribo porque en este momento tengo este tiempo, pero sé que lo estoy gastando de otro lado, debo hacer trámites, debo ir a casa, debo volver a venir y hacer llamadas, eso de lo que recuerdo. Y recuerdo también que las historias viven en mi mente.

Me estoy distrayendo mucho. Entre varios proyectos que, pare empezar, no necesitan que me siente a escribir con todos mis sentidos puestos al máximo. Extraño escribir, no es que lo haya dejado, lo que pasa es que los días ahora son demasiado cortos para mí, y mi sueño es demasiado pesado. Sin embargo, he seguido escribiendo. Estoy en proceso de revisión, tengo una novela que escribí hace años, no está publicada, mi meta es publicarla, pero me pasó dos de las cosas que me pasan a menudo: mi propia interpretación me dice que la obra no está completa, que debe mejorarse y completarse, eso en la realidad es re escribir una y otra vez las primeras páginas, con intensidad al comienzo, pero que van disminuyendo progresivamente, hasta que tengo que volver a revisar (re escribir) desde el principio. Es un círculo vicioso.

El otro problema, más grave según yo, es mi timidez, el no haber contactado aún con una editorial y preguntar cómo se hace el tema para publicar algo. No creo, a estas alturas, que solo los libros brillantes sean pasibles de ser publicados, alguito me lleva a pensar que la publicación depende más de otras cosas, la fama, los amigos, el dinero, o la perseverancia. Tengo que ser perseverante, las otras tres condiciones se me hacen difíciles para mí, por esa misma razón mis temas no son halagos triviales a las emociones de los lectores, no son galerías de espejos o chauvinismo que bate récords. Mi problema, quizá, mi defecto. Pero no me voy a sentir mal por eso, pretendo que algo de lo que escribo trascienda más allá de la moda literaria de este momento, es un sueño que se repite en mi cabeza, y uno que me hace dividir, de cierta forma (tal vez otro error mío), las obras entre geniales o superficiales. Y puede que esté equivocado, obviamente, puede que me esté moviendo por cuestiones de envidia, porque «ellos» lo lograron y yo no. Ese es un tema también que debo plantearme seriamente.

De momento, ese sesgo, me ayuda a recordarme que las historias son lo más importante, y las mentes dentro de las historias, las pasiones escondidas más allá del juego de palabras o las observaciones nacionalistas o los datos de referencia de la Guerra del Chaco.

Un viejo borracho extraviado, una chica que garabatea su diario, una mujer sentada en un café, o el viajero que se mueve entre las miles de noches del laberinto… Cierro los ojos y pienso en esos detalles, anoto en el celular a la rápida, cuando voy en el trufi, cuando camino y me tengo que detener para que no me atropellen, cuando espero a M., A veces surgen las ideas, la complementación, el detalle debajo del cliché. Hoy escribo porque en este momento tengo este tiempo, pero sé que lo estoy gastando de otro lado, debo hacer trámites, debo ir a casa, debo volver a venir y hacer llamadas, eso de lo que recuerdo. Y recuerdo también que las historias viven en mi mente.

Pensativo

Ya muero de ganas de pasar al capítulo 1, imprimí el borrador en papel, para poder leerlo mejor cuando vaya en el trufi o no tenga nada que hacer, es una percepción mía, pero pienso que leer en la computadora es un asco, y peor aún en el celular, una mierda.

Tengo varias ideas en la cabeza. No sabría definir si son cosas buenas o malas, o si lo van a ser en el futuro.

Retomé la revisión de mis novelas, de la primera al menos. Trabajé en ella dos días, eso es decir algunas horas, entre distracciones, YouTube, hacer otras cosas… Sigo en el primer capítulo, y para variar, ni siquiera es «el primer capítulo», es algo así como un preludio, el capítulo 0. A ratos así siento que están las cosas, el capítulo 0. Aunque la novela es increíble, en mi mente, y sé que eso puede distorsionar la calidad real de ese producto. Ya muero de ganas de pasar al capítulo 1, imprimí el borrador en papel, para poder leerlo mejor cuando vaya en el trufi o no tenga nada que hacer, es una percepción mía, pero pienso que leer en la computadora es un asco, y peor aún en el celular, una mierda.

Capítulo 1, se entiende eso de tantas formas ahora, al menos tengo en mente dos. Esa es una de las cosas que están en mi cabeza, el otro tema tiene que ver con M. y su forma extraña de ver el mundo, blanco y negro, y eso que ella usa los colores para todo lo demás. Me metí en un emprendimiento, aún no sé si va a dar frutos, de momento podría decir que es algo que desestresa, y básicamente ocupa mi tiempo cuando no estoy haciendo «nada productivo».

Escribo a la rápida, es una estrategia que quiero volver a usar, en el pasado hacía eso, me sirvió para escribir miles de páginas cuando era más joven, dejé de hacerlo en cierto punto y ahí todo se paralizó. A ver cómo va. Algo más tangible, escribo rápido también porque estoy en la calle, en movimiento. Escribir en celular mientras camino es jodidamente emocionante, todo es al momento, justo cuando las ideas están brotando, pero también es peligroso. La presión del tiempo es otro factor, voy camino a mi trabajo, soy como un loco que tiene todo el día el celular en las manos, miro de reojo a la gente, una salida, una excusa para estar distraído y no encontrarme con nadie. No quiero encontrarme con nadie, sinceramente. M. sería buena opción de alguien con quien quisiera encontrarme, pero jamás de los jamases se le ocurriría venir a verme casualmente a esta hora, en esta calle, a punto de entrar a mi trabajo…

Algo sobre La Nostalgia

Clara muestra de ambiguamente todo: ahora no hay ni viento, ni tarde que mira nada. Son dos semanas sin una gota de sangre en letras, y este breve momento es un tremendo descuido, un accidente peligroso donde me alejo de «lo que debería estar haciendo».

Viento. Una tarde que te mira y juega a los dados con el tiempo. Sombras. Fantasmas. En ocasos como estos hay fantasmas que observan tus pasos en la infinidad de los segundos donde nadie te ha visto… Eso crees, quieres creer que te están observando, quizá los necesitas. Cruzar unas palabras con un fantasma que te recuerde algún detalle, uno de esos detalles que te cambian la vida. No sabría decirlo, hasta cierto punto vengo evitando encontrarme con fantasmas, todo parece más ligero, o quizá es una forma de adormecer ese sentido desquiciante que te paraliza en ideas en bucle, en destrozos infinitos del castillo de arena. Etcétera, etcétera.

Clara muestra de ambiguamente todo: ahora no hay ni viento, ni tarde que mira nada. Son dos semanas sin una gota de sangre en letras, y este breve momento es un tremendo descuido, un accidente peligroso donde me alejo de «lo que debería estar haciendo». Al diablo todo, doce minutos de «al diablo», al menos una línea debo escribir, sobre el hombre que se deja absorber con sus locuras, del pobre tipo que analiza profundamente un crimen. Que quede anotado, así si pasan 50 años y vuelvo a leer esta página por casualidad sabré que fue mi culpa, que no quise o no pude recorrer el duro camino de los locos.

Tenía diez años menos. Las pasiones eran distintas, tenían un aspecto diferente, más vivaces, más «reales», uno podría (podría) dar la vida por sus pasiones, de todas formas no había nada más del otro lado, todo era borroso y lleno de ilusiones. Puede que haya estado obsesionado con el misticismo del amor, con esa idea que se asemeja a una búsqueda eterna, épica y desgarradora. Yo era uno de esos muchachos solitarios deseoso de ese amor imposible que arrasa con todo en su camino, que te devasta, que te hace un daño irreconocible, indefinible, que te mata cada noche en silencio, entre lágrimas y puro corazón. Corría como un demente hacia su voz, hacia sus ojos, hacia lo poco o nada que pudiera darme, era un meteorito que se destruye en su intento de llegar a una estrella y destruirla en un evento cósmico que arrasaría el universo. Los rastros de toda esa locura aún persisten en mi mente, a veces, son recuerdos que alguna noche aparecen, ideas que se quedaron impregnadas en las otras ideas sobre lo que es el amor, sobre lo que tendría que ser, sobre lo que es en otras dimensiones, en otros universos, en otras vidas, es.

Otra vez. En tiempo que va más rápido, que se acaba y se filtra mientras un sujeto observa y escucha.

La desdicha y la soledad suelen ser el origen de mis palabras, la nostalgia es como un alimento lejano cuyo sabor parece ser más dulce mientras más extraño y más aislado está del resto. Nostalgia, ese dulce venenoso. Nostalgia de qué, exactamente? De alguien? De algo? Nostalgia por volver a tener 18 años, por volver a tener la pasión asesina y devastadora, nostalgia del tiempo muerto del pasado, ahí cuando todo brotaba al igual que un río desbocado. Nostalgia es un veneno que buscamos en ciertos momentos. Cuáles son esos momentos? Debes hacerte la pregunta.

Preguntas

Las pienso, eso sí, como uno de esos maniáticos, mi cabeza da vueltas y vueltas alrededor de un montón de ideas que no tienen conexión entre sí, o tal vez la tienen, aún no lo sé.

Es noche. Estoy resfriado, oficialmente. Sábado de una terrible flojera y sueño y calor o fiebre en mi cuerpo. Debo hacer muchas cosas, pero sinceramente no siento ese impulso para hacerlas ahora. Las pienso, eso sí, como uno de esos maniáticos, mi cabeza da vueltas y vueltas alrededor de un montón de ideas que no tienen conexión entre sí, o tal vez la tienen, aún no lo sé.

Ligero dolor en mi cabeza, resaca quizá de la noche pasada, un ajuste de cuentas existencial. Me duele ahora, si durmiera el dolor podría pasarse, por la tarde me eché unos minutos en la cama, pero solo eso. La lluvia me relajó, pero ahora hace calor y es todo un fastidio. Hago las cosas sencillas para pasar el sábado, veo una película, y en los intermedios muevo mis ojos por entre las cosas de mi cuarto, los libros que me falta leer, las decenas de libros, o los DVDs desparramados, la basura que está en el suelo y en mi mesa. Esa maldita resaca, hace que todo se sienta sucio, torpe, manchado.

Abro la puerta para que entre un poco de aire. Está lloviendo. Al menos uno o dos párrafos al día, al menos eso, para volver a este pequeño y ridículo camino, como un durazno mientras tanto, así para pasar el rato. Lluvia, eso es un poco de libertad, aire fresco y frío, toda una belleza. Tres párrafos, eso por hoy…

El tiempo

Nieve, una caminata eterna en la nieve, hasta el final, hasta que se acaban los créditos.

Voy a dormir. La cama es cómoda, está tibia, puedo deslizarme dentro, estirar mis piernas. Hace una hora estaba dormido. Estaba sobre mi cama, no podía levantarme, no quería, o qué diablos! El sueño era muy profundo, la fuerza para cerrar los ojos perfectamente fijada en mí. No iba a levantarme, casi. Curiosamente la cama se hace más cómoda encima y no dentro, en ese momento al menos.

Me levanté y me arrastré un poco entre la oscuridad y apagar la computadora. Una idea para un nuevo tema, una narración en primera y tercera persona. Los ojos se alteran, quizá. Quizá golpea con fuerza el espejo hasta que se rompe. Quizá es un impulso similar a romper una taza una mañana, a quemar un bosque en la noche.

Antes de dormir, escucho música de algún lugar, la cocina de mi tío o más lejos. Coloco música también, suave, dos puntos de volúmen. Nieve, una caminata eterna en la nieve, hasta el final, hasta que se acaban los créditos.

El cuarto se ilumina parcialmente, la pequeña luz se mueve ligeramente, deja ver esta pared, resalta ante estos ojos. Un minuto, veinte, una hora. Duerme después.

Escrito por EM Rodríguez

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Resiste

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Por poco y me quedo sin palabras. Son las dos de la madrugada, debería estar dormido por lo menos hace tres horas, necesito dormir, no he estado durmiendo bien prácticamente desde que la maldita pandemia comenzó, incluso más antes. Las complicaciones de las mentes que se alteran fácilmente.

Como sea, 2:26 y recién entro a la cama, pero no duermo, mis sentidos están mucho más despiertos que otras noches. Lo sé, estoy seguro que mañana a esta hora estaré completamente maldormido, sin poder levantarme ni siquiera para apagar la luz. Mañana tengo, tendré, que estar despierto para mi edición correspondiente, pero sé que a las diez ya no podré despegar los ojos, nada sirve ahí, las continuas aperturas de ojos no modifican nada, es despertar para no poder moverse y volver a dormir, y despertar más tarde y repetir.

Es una fecha especial, quizá por eso sigo despierto, el nerviosismo, la espera, expectativa. La excusa para canalizar todo eso fue la revisión de documentos en mi computadora, está todo un desastre. Tengo novelas mías no publicadas y en constante revisión, un título está en una carpeta, el mismo título está en otra, y en otra. Un fragmento de esa novela camina suelto por alguna de las múltiples carpetas de ese disco del infierno y del caos. Algún otro retazo debe estar extraído y colocado en otra novela que ni siquiera recuerdo. Y así con varias novelas, cuentos y obras de teatro, y ni hablar de los borradores, los bocetos, las anotaciones que movía de pendrives a computadora, de WhatsApp a computadora, de la app de texto a la compu para extraer en un Word, editar, implantarlo en su novela correspondiente, y dejar el archivo de texto para que se me olvidé que ya lo utilicé, y más, y más, y más.

Vaya, muchacho, tienes que organizarte mejor. El extraño problema tiene unas tres revisiones y varios duplicados. Pedazos de Cómo llegamos a esto están repartidos entre Los barrotes de la puerta negra y Café que refleja la luna. Hay miles de trocitos anteriores a El extraño problema desordenado la vida en cada carpeta que reviso. Ahí es donde decido apagar la luz de una vez. Terminé la revisión de un cuento y tuve que borrar todos los bocetos anteriores y todas las versiones alternativas para no confundirme, para luego no estar como un idiota comparando las redacciones, los estilos, las mejoras para ver cuál es la verdadera. Hice desaparecer párrafos enteros y las versiones que los contenían. Borradas de la existencia, sin considerar lo interesantes que pudieran haber sido, el tiempo comienza a ser limitado y algunas cosas simplemente deben desaparecer. Tiempo, mis ojos ya desean cerrarse por esta noche.

Escrito por EM Rodríguez

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