Night 22

Ojos soñolientos o inquietos, risa irónica, música de un sábado de fiesta. Último día, algo para ser melancólico y mirar la noche a través de la ventana.

Una noche calurosa, entre nubes escasas y un agotamiento sin destino. Ojos soñolientos o inquietos, risa irónica, música de un sábado de fiesta. Último día, algo para ser melancólico y mirar la noche a través de la ventana.

El sujeto tiene y no tiene hambre, quizá es más el impulso de comer, de masticar o despertar. La comida en la bolsa es un «no te vayas tan pronto», un intento de detalle que busca compensar la ausencia, la fatiga, la emoción a media capacidad. Está despierto, o viejo, o silencioso, quizá juntas las tres palabras, quizá el peso se hace más grande a estas horas de la noche, a esta noches del año. Está cansado y se recuesta en su hombro, quiere dormir y quiere un abrazo, pero el silencio es más fuerte, y el silencio detrás del silencio avisa de otros conflictos internos, de un cansancio diferente, de «acércate, pero no te quedes mucho tiempo». El significado son las palabras revueltas, primero debe organizarlas, y desarmarlas, darles un significado verdadero, nada de discursos para apagar incendios.

Hace la promesa de ser un buscador, de recorrer el mundo que ha creado, que está en su mente y conocer los pasillos que se levantan en la ciudad. Es la última noche.

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La plaza del poder y la calle

Pasa cerca de ellos intentando ser imperceptible. Es una falacia, si quisiera eso no habría pasado cerca de ellos, intenta, de algún modo, ser visto. Que los diez presentes lo noten y suspendan unos segundos la metralla de palabras.

Hace viento, un viento que se extrañaba hace años. Así lo siente en varios pasos intermitentes. Cambia los sonidos, de un paso al otro, como ingresando de un mundo a otro, de un universo a otro, como los viajes de algún viajero que atraviesa las dimensiones.
Sonidos de raperos. La plaza en su auge, la libertad reconocida y asimilada por los pobres hombres del pueblo. Un pedazo de baldosa y la vista indiferentes de algún guardia. El extraño camina y escucha. Los sonidos de la plaza se entremezclan, por un lado la mujer que canta, menos desafinado que otros días. Tal vez es otra mujer, tal vez la que cantaba desafinado estaba en otra plaza. El sonido sin embargo queda aplastado por otros dos, las aves chillonas y la calle de siete que ya son ocho, que ya son nueve.

Pasa cerca de ellos intentando ser imperceptible. Es una falacia, si quisiera eso no habría pasado cerca de ellos, intenta, de algún modo, ser visto. Que los diez presentes lo noten y suspendan unos segundos la metralla de palabras.

El sujeto es de otro mundo, no puede mencionar aquellas palabras, ni recordarlas, ni darles una lógica que sea comprensible para su propia cabeza. Escoge el asiento más cercano y observa de reojo.

No puede simplemente acercarse, un admirador altanero frente a campeones de doce palabras. Uno frente a once, a doce.
«Eso que tiene que ver», escucha por ahí, en una rima inconexa que rompe en risas. Palabras fuertes y vacías, propias de los callejeros que no van a dejar esta plaza nunca.
Ya son trece, ya son veinte, estudiantes, niños, damas y otras presencias. El calle vestido de rojo habla de la mujer ajena, del placer, de la madre y del acto. El otro, de azul inocente, responde en términos similares. Quien sabe lo que dicen? Solo los veinticinco que hacen una ronda alrededor de la calle.

Una batalla, son dos nuevos, distintos de los anteriores, ágiles, mucho más. El ritmo cambia ligeramente. Pasos más atrás los pasantes se divierten. Entre ellos, teléfonos, pantallas caricias camufladas.

Uno golpea al otro, el nuevo calle con experiencia de vocabulario. El extraño espera y escucha. Ruidos y gritos, risas y destellos en forma de oraciones. La calle se confunde con las banderas que flamean, con el hombre de más allá, que intenta seguir el ritmo de la letra. El parlante es más grande o la voz es más gruesa. Pronto, cuando ya comienza a anochecer, el hombre sentado y balbuceando canciones se impone en la plaza. El extraño y los andantes mezclan en los oídos todos esos sonidos. Qué tanto importa el sonido de ese lugar? Quizá se repite noche a noche, quizá cada ser que pasa por aquí escucha y no escucha. Quizá ríe y se divierte, y el mensaje queda en el aire, como ruido.

Las luces han variado. Es ya noche y los sonidos están confusos. Semáforos y niños con rosas. Cigarros declaraciones de romance.
Se distrae un momento, con el cigarro y el sonido lejano. Palabras mayores de romance, mentira, toxicidad y el puto amor eterno. El extraño recuerda ciertos momentos del pasado. Es el viento el que ayuda. Hace mil años que no se sentaba en la plaza a la caída del sol. La frescura alivia un poco su mente, el cigarro le provoca ideas distintas, de otras noches, de juegos y de sufrimiento. No queda mucho tiempo. El extraño está solo de paso, gastando las preciosas horas vacías que tiene. Se le acabó el tiempo por esta noche. Abandona la plaza callejera y piensa en el ruido y el cigarro.

Son treinta quienes componen la calle cuando los ojos se alejan en silencio.

Nota sobre El Viajero

El Viajero no tiene mucho tiempo. Trata de ignorar las palabras del desconocido en el bar.

Su búsqueda es infructuosa, o al menos esa es la conclusión de su mente. Sin embargo, el alcohol que lleva en la sangre es suficiente para empujarlo hacia su propia locura personal. El llamado de la nostalgia hace estragos en su cuerpo y en su alma. Solo quiere recuperar a su amada, tenerla entre sus brazos y para conseguirlo está dispuesto a enloquecer. Torpe y tambaleante comienza su recorrido. Curiosamente todos los accesos están abiertos. Quizá abiertos para él. Quizá no los ha visto todos. Quizá está siendo engañado.

Algo a considerar. El Viajero no tiene mucho tiempo. Trata de ignorar las palabras del desconocido en el bar. Trata de ignorar todo para concertarse únicamente en la búsqueda de su amor perdido.

El día de la compra-venta del amor

Al notar ese pasillo repleto de cosas rojas y rosadas, no pude evitar quedarme estupefacto, los recuerdos del día se completaron en mi cabeza, todo el día había visto parejas en la ciudad, chicas cargando sus globos como quien carga su quinta o sexta medalla de honor de plástico…

No era un sábado por la noche o un domingo a las dos de la madrugada. No estaba completamente ebrio y abandonado de la caricia sincera de una mujer sincera. No tenía tristezas en el alma que nunca terminan de sanar bien. Nada de eso. Era miércoles sencillo, o de dos por uno en algunos lugares de comida. Miércoles al caer la tarde. El hormiguero en su apogeo. Hacía un poco de viento, si hubiera estado solamente caminando lo hubiera disfrutado.

Pasé por el mercado general, la Cancha, para los amigos de esta ciudad. La calle que tiene flores, una de esas, la de las flores de plástico y arreglos diversos. Fui a buscar una lija y un DVD, y porque tenía tiempo. La dama de las flores rosadas, la muchacha de las burbujas, Moni, estaba tarde para reunirse conmigo. Teníamos que ir a comer, o a pasear, o a darnos regalos y chocolates, o algo así. Era 21 de septiembre.

Sin pretenderlo realmente, pasé por la hilera de vendedoras del día del amor que había delante de las vendedoras de flores. Me sorprendió la cantidad de ventas que estaban haciendo. Casi uní los hilos, antes de llegar ahí había observado jóvenes, y señores, hombres en cada cuadra llevando consigo sus pruebas de amor. Rosas envueltas, desde la más barata hasta la que solo compra tu conocido que trabaja en marketing, globos, todos los globos que se podía imaginar, con toda la brillantina y adornitos, con forma de corazones, de flores, de ositos. Cajas de chocolate. Recordé que había pasado por las tiendas de chocolates porque también me inclino hacia el río de lo convencional, vamos, que no sabía qué tenía que comprar.

No había comprado nada, eso mágicamente se resolvería cuando Moni apareciese. Pero me tenía alterado el hecho de «tener que comprar algo». Al parecer es la forma en que es el amor en estos días. He visto la transformación a lo largo de estos años, o al menos he percibido cierto cambio. De modo cínico comento abiertamente que el despiadado mundo de las redes sociales ha alterado para siempre a esta pobre generación que compite por el dulce más grande o la rosa más roja. Había cientos de personas comprando, de todo, tarjetas, arreglos, chocolates, peluches y lo que sea que tuviera un «te amo» impreso en la cara.

Al notar ese pasillo repleto de cosas rojas y rosadas, no pude evitar quedarme estupefacto, los recuerdos del día se completaron en mi cabeza, todo el día había visto parejas en la ciudad, chicas cargando sus globos como quien carga su quinta o sexta medalla de honor de plástico, rosas en brazos, o con sus propias bolsas de papel adornado de venta por separado. Quizá estoy consumido por el cinismo, quizá no tengo dinero para pagar estúpidas bolsas de papel decorado con un corazón brillante y por eso digo que son estúpidas. Quizá solo desprecio ese mundo y esa forma de vivir la vida solo porque no lo puedo pagar. Quiero creer que no es eso, quiero creer que soy el loco que en realidad es el que lo ve claro.

Pensaba terminar este texto ese mismo día. Esperaba a M, y ella llegó antes de que pudiera terminar de escribir todo lo que circulaba por mi cabeza. Ahora han pasado varios días, ya ni siquiera me parece importante decir la verdad sobre ese tema. Tal vez cuando llegue nuevamente una fecha similar, y vuelva a ver esos pasillos donde se compra y se vende el amor, o al menos esa forma efímera del amor de esta era de selfies y miramientos de redes sociales, quizá ahí pueda continuar con algunas otras ideas.

Frío

Mi mente dando vueltas solo es un peregrino que observa y observa y nunca llega a un destino claro, el observador atado de manos y pies, que debe observar el tren llegar e irse todos los días sin poder hacer más que mirar.

Cuántas veces habré empezado un texto con esa palabra en mi mente? Quizá muchas, varias seguramente no conocieron la luz, las escribía muy lento, o eran muy depresivas, no la «clase» de depresión aceptable, sino la otra, la que hace que uno mismo desista de lo que sea que está escribiendo y busque cualquier otra cosa, distracción, diversión, calor, absurda pérdida de tiempo, etc.

Hoy escribo por… No lo sé. Me duelen los ojos. Últimamente despierto y me duermo con el brillo del celular en mi cara. Últimamente estoy más cansado que de costumbre, haciendo lo que mis personajes hacen en sus propias historias, cayendo rendidos sobre su cama, durmiendo sin que nada importe, sin taparse, sin soñar, sin apagar la luz, sin tranquilidad. Las cosas están tranquilas pero no dejan de ser estresantes, las predicciones sobre el peso del mundo cuando dejas de columpiar son cada vez más acertadas, parece que la diversión se termina, y no quiero que sea así.

Cierro los ojos un poco, a modo de juego, me acomodo en el asiento de la oficina que no está vigilada en este momento. «Juego» un poco a girar en la silla, solo unos cuantos grados, algo que me saque de mis ojos cansados y mis preocupaciones eternas. Todo se me vuelve borroso, yo digo «qué bueno», borroso está bien, menos cosas para ver, y tener las excusa para pasar de largo. Río de nuevo, no es un pensamiento real, es una declaración de principios, una de esas conversaciones confusas con M., cuando le cuento sobre «los principios», sin que pueda comprenderlos del todo, lanzándome la misma mirada y las mismas palabras que muchas personas antes que ella. Es una lucha personal, lo sé, pero es difícil que sea personal cuando todo el mundo está metido de una u otra forma en esa lucha. Extraño. Necesito un café.

Me obligo a escribir. Muy fácil abandoné esta locura, pero el principio es retomarlo cueste lo que cueste (quizá no tan drásticamente). Me obligo a escribir para conversar conmigo en serio. Mi mente dando vueltas solo es un peregrino que observa y observa y nunca llega a un destino claro, el observador atado de manos y pies, que debe observar el tren llegar e irse todos los días sin poder hacer más que mirar.

Me obligo a escribir, para no perderme. Disculpa mi torpeza, disculpa que solo sean palabras que escribo para entrar en calor con mi alma.

Estoy un poco silencioso

Cierro los ojos y pienso en esos detalles, anoto en el celular a la rápida, cuando voy en el trufi, cuando camino y me tengo que detener para que no me atropellen, cuando espero a M., A veces surgen las ideas, la complementación, el detalle debajo del cliché. Hoy escribo porque en este momento tengo este tiempo, pero sé que lo estoy gastando de otro lado, debo hacer trámites, debo ir a casa, debo volver a venir y hacer llamadas, eso de lo que recuerdo. Y recuerdo también que las historias viven en mi mente.

Me estoy distrayendo mucho. Entre varios proyectos que, pare empezar, no necesitan que me siente a escribir con todos mis sentidos puestos al máximo. Extraño escribir, no es que lo haya dejado, lo que pasa es que los días ahora son demasiado cortos para mí, y mi sueño es demasiado pesado. Sin embargo, he seguido escribiendo. Estoy en proceso de revisión, tengo una novela que escribí hace años, no está publicada, mi meta es publicarla, pero me pasó dos de las cosas que me pasan a menudo: mi propia interpretación me dice que la obra no está completa, que debe mejorarse y completarse, eso en la realidad es re escribir una y otra vez las primeras páginas, con intensidad al comienzo, pero que van disminuyendo progresivamente, hasta que tengo que volver a revisar (re escribir) desde el principio. Es un círculo vicioso.

El otro problema, más grave según yo, es mi timidez, el no haber contactado aún con una editorial y preguntar cómo se hace el tema para publicar algo. No creo, a estas alturas, que solo los libros brillantes sean pasibles de ser publicados, alguito me lleva a pensar que la publicación depende más de otras cosas, la fama, los amigos, el dinero, o la perseverancia. Tengo que ser perseverante, las otras tres condiciones se me hacen difíciles para mí, por esa misma razón mis temas no son halagos triviales a las emociones de los lectores, no son galerías de espejos o chauvinismo que bate récords. Mi problema, quizá, mi defecto. Pero no me voy a sentir mal por eso, pretendo que algo de lo que escribo trascienda más allá de la moda literaria de este momento, es un sueño que se repite en mi cabeza, y uno que me hace dividir, de cierta forma (tal vez otro error mío), las obras entre geniales o superficiales. Y puede que esté equivocado, obviamente, puede que me esté moviendo por cuestiones de envidia, porque «ellos» lo lograron y yo no. Ese es un tema también que debo plantearme seriamente.

De momento, ese sesgo, me ayuda a recordarme que las historias son lo más importante, y las mentes dentro de las historias, las pasiones escondidas más allá del juego de palabras o las observaciones nacionalistas o los datos de referencia de la Guerra del Chaco.

Un viejo borracho extraviado, una chica que garabatea su diario, una mujer sentada en un café, o el viajero que se mueve entre las miles de noches del laberinto… Cierro los ojos y pienso en esos detalles, anoto en el celular a la rápida, cuando voy en el trufi, cuando camino y me tengo que detener para que no me atropellen, cuando espero a M., A veces surgen las ideas, la complementación, el detalle debajo del cliché. Hoy escribo porque en este momento tengo este tiempo, pero sé que lo estoy gastando de otro lado, debo hacer trámites, debo ir a casa, debo volver a venir y hacer llamadas, eso de lo que recuerdo. Y recuerdo también que las historias viven en mi mente.

Pensativo

Ya muero de ganas de pasar al capítulo 1, imprimí el borrador en papel, para poder leerlo mejor cuando vaya en el trufi o no tenga nada que hacer, es una percepción mía, pero pienso que leer en la computadora es un asco, y peor aún en el celular, una mierda.

Tengo varias ideas en la cabeza. No sabría definir si son cosas buenas o malas, o si lo van a ser en el futuro.

Retomé la revisión de mis novelas, de la primera al menos. Trabajé en ella dos días, eso es decir algunas horas, entre distracciones, YouTube, hacer otras cosas… Sigo en el primer capítulo, y para variar, ni siquiera es «el primer capítulo», es algo así como un preludio, el capítulo 0. A ratos así siento que están las cosas, el capítulo 0. Aunque la novela es increíble, en mi mente, y sé que eso puede distorsionar la calidad real de ese producto. Ya muero de ganas de pasar al capítulo 1, imprimí el borrador en papel, para poder leerlo mejor cuando vaya en el trufi o no tenga nada que hacer, es una percepción mía, pero pienso que leer en la computadora es un asco, y peor aún en el celular, una mierda.

Capítulo 1, se entiende eso de tantas formas ahora, al menos tengo en mente dos. Esa es una de las cosas que están en mi cabeza, el otro tema tiene que ver con M. y su forma extraña de ver el mundo, blanco y negro, y eso que ella usa los colores para todo lo demás. Me metí en un emprendimiento, aún no sé si va a dar frutos, de momento podría decir que es algo que desestresa, y básicamente ocupa mi tiempo cuando no estoy haciendo «nada productivo».

Escribo a la rápida, es una estrategia que quiero volver a usar, en el pasado hacía eso, me sirvió para escribir miles de páginas cuando era más joven, dejé de hacerlo en cierto punto y ahí todo se paralizó. A ver cómo va. Algo más tangible, escribo rápido también porque estoy en la calle, en movimiento. Escribir en celular mientras camino es jodidamente emocionante, todo es al momento, justo cuando las ideas están brotando, pero también es peligroso. La presión del tiempo es otro factor, voy camino a mi trabajo, soy como un loco que tiene todo el día el celular en las manos, miro de reojo a la gente, una salida, una excusa para estar distraído y no encontrarme con nadie. No quiero encontrarme con nadie, sinceramente. M. sería buena opción de alguien con quien quisiera encontrarme, pero jamás de los jamases se le ocurriría venir a verme casualmente a esta hora, en esta calle, a punto de entrar a mi trabajo…

Mirar a la Luna

Cruza el pasillo en la oscuridad. Son más de las doce, sus ojos casi están cerrados, su mente se divide entre su idea de dormir, tranquilo y feliz, y el sueño previo que tuvo, mientras dormitaba. Cruza rápido confiando en que no hay nada ruidoso en el suelo con lo que se pueda tropezar. Unas cuantas cosas más, lavarse los dientes, apagar la luz de su cuarto, apagar todo, dormir. Dormir, por fin.

Cruza el pasillo en la oscuridad. Son más de las doce, sus ojos casi están cerrados, su mente se divide entre su idea de dormir, tranquilo y feliz, y el sueño previo que tuvo, mientras dormitaba. Cruza rápido confiando en que no hay nada ruidoso en el suelo con lo que se pueda tropezar. Unas cuantas cosas más, lavarse los dientes, apagar la luz de su cuarto, apagar todo, dormir. Dormir, por fin.

Enciende la luz y comienza con su cepillo. El agua fría en su boca hace que sus ojos se abran. El espejo le dice algunas cosas, como a todos. «Ya estás viejo». «Tu cabello está asqueroso». «Deberías estar dormido». «Si vuelve a escribir, ¿Qué le vas a decir?». El espejo es un consejero que juega a ser traidor, puede reírse mientras ofrece una verdad que parece mentira que parece verdad. Qué le respondería si escribiera de nuevo? Casi estaba cayéndose de sueño. Cómo podría estar ella? Dormida, distanciada para estar tranquila, sin pensar demasiado, distante, alejada en su mente y en su cariño, todo lo que él era incapaz de hacer. Una enjuagada decente, agua goteando por la barba, alcohol sobre la pileta, luz apagada.

El pasillo tiene más tonos grisáceos que antes. Ahí está la pared, las hojas, la columna, las ventanas. En las ventanas está la luna acompañada de sus nubecitas. No se detiene, solo ralentiza un poco sus pasos, suficiente como para poner la vista por fin en esa noche nublada y un poco fría. «Va a llover». El presagio le agrada, la lluvia es buena para dormir acurrucado, para dormir triste o dormir con alguna nostalgia atravesada en el corazón. El ambiente se vuelve más pacífico, una ligera lluvia arregla todos los problemas, trae algo de paz. Pero el presagio está mal, no va a llover en realidad, no en los próximos dos o tres o seis meses, eso sí hace que se detenga de sus pasos un momento completo. Un poco más de nubes, un poco más de Luna. La Luna es una dama triste que oscurece todo en cada novilunio. Viene a su mente una serie de nombres, quizá alguna de ellas observa la luna en ese momento. O quizá no, ellas no acostumbran a mirar la Luna.

Escrito por EM

Algo sobre La Nostalgia

Clara muestra de ambiguamente todo: ahora no hay ni viento, ni tarde que mira nada. Son dos semanas sin una gota de sangre en letras, y este breve momento es un tremendo descuido, un accidente peligroso donde me alejo de «lo que debería estar haciendo».

Viento. Una tarde que te mira y juega a los dados con el tiempo. Sombras. Fantasmas. En ocasos como estos hay fantasmas que observan tus pasos en la infinidad de los segundos donde nadie te ha visto… Eso crees, quieres creer que te están observando, quizá los necesitas. Cruzar unas palabras con un fantasma que te recuerde algún detalle, uno de esos detalles que te cambian la vida. No sabría decirlo, hasta cierto punto vengo evitando encontrarme con fantasmas, todo parece más ligero, o quizá es una forma de adormecer ese sentido desquiciante que te paraliza en ideas en bucle, en destrozos infinitos del castillo de arena. Etcétera, etcétera.

Clara muestra de ambiguamente todo: ahora no hay ni viento, ni tarde que mira nada. Son dos semanas sin una gota de sangre en letras, y este breve momento es un tremendo descuido, un accidente peligroso donde me alejo de «lo que debería estar haciendo». Al diablo todo, doce minutos de «al diablo», al menos una línea debo escribir, sobre el hombre que se deja absorber con sus locuras, del pobre tipo que analiza profundamente un crimen. Que quede anotado, así si pasan 50 años y vuelvo a leer esta página por casualidad sabré que fue mi culpa, que no quise o no pude recorrer el duro camino de los locos.

Tenía diez años menos. Las pasiones eran distintas, tenían un aspecto diferente, más vivaces, más «reales», uno podría (podría) dar la vida por sus pasiones, de todas formas no había nada más del otro lado, todo era borroso y lleno de ilusiones. Puede que haya estado obsesionado con el misticismo del amor, con esa idea que se asemeja a una búsqueda eterna, épica y desgarradora. Yo era uno de esos muchachos solitarios deseoso de ese amor imposible que arrasa con todo en su camino, que te devasta, que te hace un daño irreconocible, indefinible, que te mata cada noche en silencio, entre lágrimas y puro corazón. Corría como un demente hacia su voz, hacia sus ojos, hacia lo poco o nada que pudiera darme, era un meteorito que se destruye en su intento de llegar a una estrella y destruirla en un evento cósmico que arrasaría el universo. Los rastros de toda esa locura aún persisten en mi mente, a veces, son recuerdos que alguna noche aparecen, ideas que se quedaron impregnadas en las otras ideas sobre lo que es el amor, sobre lo que tendría que ser, sobre lo que es en otras dimensiones, en otros universos, en otras vidas, es.

Otra vez. En tiempo que va más rápido, que se acaba y se filtra mientras un sujeto observa y escucha.

La desdicha y la soledad suelen ser el origen de mis palabras, la nostalgia es como un alimento lejano cuyo sabor parece ser más dulce mientras más extraño y más aislado está del resto. Nostalgia, ese dulce venenoso. Nostalgia de qué, exactamente? De alguien? De algo? Nostalgia por volver a tener 18 años, por volver a tener la pasión asesina y devastadora, nostalgia del tiempo muerto del pasado, ahí cuando todo brotaba al igual que un río desbocado. Nostalgia es un veneno que buscamos en ciertos momentos. Cuáles son esos momentos? Debes hacerte la pregunta.

Mientras M llega

45 minutos, 40. A veces no sé qué hacer con tanto tiempo, a veces pasa tan de prisa que me asusta. Da tanto miedo a veces que yo, pobre niño que aún juega en la fantasía de su cabeza, me escondo debajo de mis frazadas y edredones.

Salí temprano, otra vez. Y debo esperar unos 45 minutos para un conversatorio. Conversatorio es una palabra elegante, el afiche publicado decía «charla», pero por alguna razón no me termina de convencer.

45 minutos, 40. A veces no sé qué hacer con tanto tiempo, a veces pasa tan de prisa que me asusta. Da tanto miedo a veces que yo, pobre niño que aún juega en la fantasía de su cabeza, me escondo debajo de mis frazadas y edredones. Es algo literal, los últimos meses termino cayendo como un pedazo de carne, rendido sin razón alguna, sobre mi cama. Si tengo suerte me cubro con la manta aleatoria que no encaja del todo en ningún lugar, se parece a mí. Si la suerte es otra, pues, en un trocito de cama, al borde, a medio vestir, a medio dormir, a medio soñar. Así paso de una cosa a otra, no tengo consistencia. Anoche soñé con dos camas que eran la misma cama, la mía, y luego, horas más tarde, estoy esperando a M para la charla mientras escucho salsa o algo parecido en el Café de la esquina de la plaza. Salsa con jazz, jazz con otra música cuyo ritmo no puedo definir, ese ritmo extraño con un jugo de frutilla, la frutilla con una conversación espontánea de WhatsApp con una amiga imposible.

Y así sigue, el celular se mueve alrededor de mi espacio en la mesa y nuevamente observar, la pareja del frente, la chica solitaria al teléfono a mi izquierda, en el otro lado del café, la pierna nerviosa del sujeto que de seguro intenta conquistar a la primera, no lo sé, son más jóvenes que yo, esas dinámicas ya se me hacen extrañas. El «romantizar», el miedo a la marcha brutal del tiempo y de la vida. Quizá, quizá, quizá… En un español hermoso de una chica bellísima que canta en el Spotify del café. Y M q no viene.

Ella está en el trufi, se retrasó, obviamente. Casi siempre se retrasa cuando se trata de ir a algún evento con una hora fija, rayos, a veces hasta se retrasa al abrirme la puerta de su casa, parte de ella, como los gatitos, las flores y las burbujas. No le gusta que la mencione cuando escribo cosas «malas», desde mi rabia, desde mi pasión por llevar debates imposibles hasta el límite infinito. No le gusta mi abrumadora forma de decir la verdad, y eso es comprensible, pero toda una vida he estado en mi propia guerra personal contra mí mismo, es normal ese sentimiento de pánico cuando descubre un país con desgarradores matices, cuando solo había conocido campos de trigo hasta donde alcanza la vista.

Debo irme. Ya se acabaron los 45 minutos. M llegó y es hora de la charla, del teatro, de tomarla de la mano silenciosamente y que sea una mano cálida.