
EL FINAL DE TODO
[EM]
Es de noche. La lluvia golpea suavemente en la ventana, una vela a punto de agotarse ilumina el salón de vitrinas y botellas.
El viajero despierta ligeramente, balbucea unas cuantas palabras sin que él mismo u otra persona en el salón pueda percibirlo. Pronuncia, con su rostro rendido sobre la mesa: “Amada, ¿dónde estás, amada?”. Aún está atrapado entre la bruma de un sueño que se le repite durante años, recorriendo una playa, de la mano de su amada.
La última vela parpadea y se apaga, todo queda oscuro. Incluso la lluvia parece percibir la solemnidad de aquella oscuridad y aminora la frecuencia de su caída.
El momento está calmado y silencioso, es casi un momento precioso para el viajero y su amada, un momento para recordar. Él sin embargo no está tranquilo, y el vino que ha bebido aquella noche sacude su mente somnolienta, le desata una nostalgia que crece hasta hacerse infinita, y le provoca un vacío en el corazón.
A pesar de todo eso, el salón se mantiene en el más absoluto silencio, hasta que una persona ingresa. El desconocido camina y sus pasos retumban y llenan toda la oscuridad, se detienen al otro lado de la mesa del viajero. Se sienta y enciende un cigarro. Sus ojos son rojos, quizá reflejo fulgurante de la pequeña brasa que arde en el extremo del cigarro que sostiene.
“Ha llegado la hora”. La voz es gruesa, y cínica. No sabe por qué, pero el viajero reconoce aquella voz de algún lado, y esta simple oración es suficiente para despertarlo completamente, como arrancado de su sueño y de su vacío al mismo tiempo. Se incorpora en su silla y permanece en silencio, en la oscuridad, ante esos ojos fulgurantes.
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